Lecturas del día 2 de Julio de 2023
Primera lectura
Un día pasaba Eliseo por la ciudad de Sunem y una mujer distinguida lo invitó con insistencia a comer en su casa. Desde entonces, siempre que Eliseo pasaba por ahí, iba a comer a su casa. En una ocasión, ella le dijo a su marido: “Yo sé que este hombre, que con tanta frecuencia nos visita, es un hombre de Dios. Vamos a construirle en los altos una pequeña habitación. Le pondremos allí una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que se quede allí, cuando venga a visitarnos”.
Así se hizo y cuando Eliseo regresó a Sunem, subió a la habitación y se recostó en la cama. Entonces le dijo a su criado: “¿Qué podemos hacer por esta mujer?” El criado le dijo: “Mira, no tiene hijos y su marido ya es un anciano”. Entonces dijo Eliseo: “Llámala”. El criado la llamó y ella, al llegar, se detuvo en la puerta. Eliseo le dijo: “El año que viene, por estas mismas fechas, tendrás un hijo en tus brazos”.
Salmo Responsorial
Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor,
y daré a conocer que su fidelidad es eterna,
pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre, eterno,
y mi lealtad, más firme que los cielos”.
R. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Señor, feliz el pueblo que te alaba
y que a tu luz camina,
que en tu nombre se alegra a todas horas
y al que llena de orgullo tu justicia.
R. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Feliz, porque eres tú su honor y fuerza
y exalta tu favor nuestro poder.
Feliz, porque el Señor es nuestro escudo
y el santo de Israel es nuestro rey.
R. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Segunda lectura
Hermanos: Todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados a su muerte. En efecto, por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva.
Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya nunca morirá. La muerte ya no tiene dominio sobre él, porque al morir, murió al pecado de una vez para siempre; y al resucitar, vive ahora para Dios. Lo mismo ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Aclamación antes del Evangelio
Ustedes son linaje escogido, sacerdocio real,
nación consagrada a Dios,
para que proclamen las obras maravillosas
de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.
Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado.
El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo.
Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa”.
Reflexión
El testigo cristiano acoge la cruz como seguidor de Jesús, se dispone a vivir su existencia crucificada. Desde esta dinámica se entiende la aparente paradoja el encontrar la vida verdadera en Jesús, perdiendo la de nuestros afanes y desvelos inútiles, ya que cuando la persona hace el bien sale ganando vida.
Además, entregando la vida se genera comunión y comunidad, no nos lanzamos al desamparo, sino a la acogida comunitaria, aunque entreguemos un simple vaso de agua. El amor a Dios tiene nombre y apellido, es nuestro prójimo. A lo largo del día encontramos personas en nuestro camino, sus rostros arrastran una historia y depende de nosotros, el que esas historias queden tocadas por la gracia de Dios a través de nuestra acogida.
Encontrar la vida entre los perdedores
Nuestra sociedad, está plagada de hermanos perdedores crucificados: nacidos en países dominados por imperios; no contando para nada en los mundos de la eficacia y las riquezas; como si hubieran nacido en el lado equivocado: sin identidad, alojados sin patria, sin los servicios más necesarios como el alimento, la educación, la sanidad. Además nosotros se lo recordamos y tantas veces, no tenemos ninguna intención de ayudarles a recuperar su dignidad.
Seguir a Jesús no es sufrir. El nunca quiso el sufrimiento (enfermedad, injusticia, soledad, desesperanza, ….), es más: se dedicó a eliminarlo, luchó contra él de todas las maneras; esta fue su preocupación, no el pecado.
Perder la vida es hacer sobresalir en la vida testimonial la generosidad, la caridad, la gratuidad, sobre las pasiones y pulsiones humanas; sobre las indiferencias, odios y malos royos humanos; sobre lo material, lo relativo, la eficacia. Y ya más en concreto: poner por delante de todo, la vida con Dios sacramental, de oración, de solidaridad.
Misioneros de un Dios solidario, de un amor incondicional, pero con cruz. ¿Vida cristiana sin aguijón?
El hecho de predicar el Dios amor, no quiere decir, fabricarnos un Dios a nuestra medida, un Dios que nos diga sí a todo lo que nos gusta, un Dios que legitime nuestra religión “burguesa”, sino un Dios que con su encuentro nos haga responsables y más de una vez, tendremos que renunciar a nuestra voluntad. El evangelio no es un tranquilizante para justificar nuestras vidas placenteras y satisfechas, ni es algo que nos evite el dolor e inmunice ante el sufrimiento, sino que nos hace gozar y sufrir, consuela e inquieta, apoya y contradice, porque así es camino, verdad y vida. La fe cristiana no está enfocada fundamentalmente para solucionar mis problemas y mis sufrimientos, como si fuera de uso personal, al servicio de cada uno, sino que se centra en el sufrimiento de los demás y solo así se vive la fe como experiencia de salvación.
Vivir así, trae problemas, pues hacer el bien, estar al lado de los que sufren, de los últimos provoca el rechazo de los que no quieren cambiar nada. Así nos lo quiere explicar Jesús con la metáfora del “cargar con la cruz”. Todos conocían lo que significaba cargar con la cruz en aquel tiempo. El objetivo era que quien la llevara, apareciera como culpable. Por tanto, si le seguimos vamos a ser rechazados. Buscar a Jesús y llevar su cruz, no es buscar cruces, sino aceptar la crucifixión que nos llegará porque le seguimos.
Jesús se fija siempre en lo que pasa en al otro, en sus situaciones: es compasivo. Ante la posibilidad de aburguesamiento a la que puede llegar quien se dedica a la perfección por los caminos del cumplimiento exacto y fiel de la ley, Jesús lo corrige con el “sed compasivos y misericordioso como vuestro Padre”, pues la perfección, la santidad no se encuentra en la separación de los hombres para creer que estamos más cerca de Dios, sino en el acercamiento compasivo y samaritano al dolorido, al herido y débil que tengo al lado.
La recompensa de un vaso de agua
Con frecuencia oímos que el amor es dar y nos imaginamos que “ese dar” es desde la mentalidad actual del tener y del ser eficaz, prescindir de algo nuestro, gastar algo mío, sacrificarme en algo, privarme de algo, de tal manera de nadie quiere entrar en ese empobrecimiento y en esa especie de falta de realidad poco inteligente. En cambio, el gesto de dar es señal de vitalidad, de riqueza y poder creador. Cuando damos algo a los demás es una experiencia de vitalidad desbordante, que nos hace entender nuestra capacidad para enriquecer a los otros. Dar significa estar vivo y ser rico. El que tiene mucho y no sabe dar no es rico, es un pobre hombre por muchos bienes que tenga. Es verdad, solo es rico quien es capaz de regalar algo de sí mismo a los demás.
El descubrir lo que está vivo en nosotros y hace bien a los demás: cariño, alegría, compasión, esperanza, acogida, cercanía, es eso que nos parece poco, pero es mucho lo que podemos dar. No se trata de cosas grandes, solo de un vaso de agua fresca y no quedará sin recompensa. En el fondo hay alguien que bendice lo pequeño, si estamos dispuestos a abrir nuestra vida a los demás, si somos capaces de compartir nuestro trocito de pan, nuestros pocos peces. El los bendice y multiplica como hizo en aquel milagro.
Entregados y peregrinando con los hermanos, recibimos a Jesús, parece que perdemos nuestra vida, pero avanzamos a la meta final, que es el Padre.
¿Qué es lo que no permite a Dios obrar en mi vida y abrirle la puerta de mi corazón para que Él reine? ¿Qué vida tengo que perder yo?
¿Soy consciente que la verdadera cruz diaria es ser testigo de quien creo? ¿No llamaré cruz a tantas cosas que no son tan importantes como esta?
¿Crees que asentar tu vida haciendo el bien, como perdedor, es ganar tu propia vida?
¿Son suficientes los acompañamientos técnicos y profesionales a personas perdedoras? ¿no deberá de ir acompañado de la compañía, el afecto, el cariño, el detalle humano?
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