Lecturas del 1 de Julio de 2023
Primera lectura
Ellos le contestaron: “Está bien. Haz lo que dices”. Abraham entró rápidamente en la tienda donde estaba Sara, y le dijo: “Date prisa, toma tres medidas de harina, amásalas y cuece unos panes”.
Luego Abraham fue corriendo al establo, escogió un ternero y se lo dio a un criado para que lo matara y lo preparara. Cuando el ternero estuvo asado, tomó requesón y leche y lo sirvió todo a los forasteros. Él permaneció de pie junto a ellos, bajo el árbol, mientras comían. Ellos le preguntaron: “¿Dónde está Sara, tu mujer?” Él respondió: “Allá, en la tienda”. Uno de ellos le dijo: “Dentro de un año volveré sin falta a visitarte por estas fechas; para entonces, Sara, tu mujer, habrá tenido un hijo”.
Sara estaba escuchando detrás de la puerta de la tienda. (Abraham y Sara eran ya muy ancianos, y a Sara le había cesado su regla). Sara se rió por lo bajo y pensó: “Siendo yo tan vieja y mi marido un anciano, ¿podré experimentar el placer?”
Entonces el Señor le dijo a Abraham: “¿Por qué se ha reído Sara y ha dicho: ‘¿Será cierto que voy a dar a luz, siendo ya tan vieja?’ ¿Acaso hay algo difícil para Dios? El año que viene, en el plazo señalado, volveré a visitarte, y Sara tendrá un hijo”. Sara dijo entonces, asustada: “No me estaba riendo”. Pero el Señor replicó: “No lo niegues; sí te estabas riendo”.
Salmo Responsorial
Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador,
porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.
R. El Señor se acordó de su misericordia.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,
porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede.
Santo es su nombre.
R. El Señor se acordó de su misericordia.
Su misericordia llega de generación en generación
a los que lo temen.
A los hambrientos los colmó de bienes
y a los ricos los despidió sin nada.
R. El Señor se acordó de su misericordia.
Acordándose de su misericordia,
vino en ayuda de Israel, su siervo,
como la había prometido a nuestros padres,
a Abraham y a su descendencia, para siempre.
R. El Señor se acordó de su misericordia.
Aclamación antes del Evangelio
Cristo hizo suyas nuestras debilidades
y cargó con nuestros dolores.
R. Aleluya.
Evangelio
Pero el oficial le replicó: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ‘¡Ve!’, él va; al otro: ‘¡Ven!’, y viene; a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.
Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían: “Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos. En cambio, a los herederos del Reino los echarán fuera, a las tinieblas. Ahí será el llanto y la desesperación”.
Jesús le dijo al oficial romano: “Vuelve a tu casa y que se te cumpla lo que has creído”. Y en aquel momento se curó el criado.
Al llegar Jesús a la casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Entonces la tomó de la mano y desapareció la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirles.
Al atardecer le trajeron muchos endemoniados. Él expulsó a los demonios con su palabra y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo dicho por el profeta Isaías: Él hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores.
Reflexión
Voy yo a curarlo
Parecería, a tenor de los estudiosos del Jesús histórico, que, en efecto, este actuó como curandero y taumaturgo. Parecería, asimismo, acorde con la investigación de los historiadores, que este hecho no resultaría particularmente llamativo para la cultura mediterránea de la antigüedad, mayormente en la Palestina del siglo I en que Jesús habría vivido y actuado.
Bien estará, ciertamente, que retengamos este aspecto contextual cuando tratemos de proyectar nuestra perspectiva anacrónica sobre el relato mateano de hoy; pues, ciertamente, resultaría inevitable un planteamiento del contenido de ese relato desde el racionalismo positivista que, caracterizando nuestra cosmovisión vigente, en poco se ajustaría a la racionalidad de la cultura mediterránea popular del siglo I. En pocas palabras, lo que en nuestra mentalidad de hoy no encaja, en la mentalidad de un campesino de la Palestina del siglo I era perfectamente natural, pues se trataba de un tipo de actuación bien común, conocida y demandada.
Con todo, ni aún entonces, tal tipo de actividad se libraría de sospecha, en tanto que la religiosidad oficial siempre ha visto con renuencia tales fenómenos; se trata, sin más de la distinción entra magia y religión, que el judaísmo oficial – y el cristianismo a posteriori – han tratado de separar tajantemente, aunque sin lograrlo en la realidad cotidiana de la praxis. El que la magia hubiera sido o no el antecedente de la religión, no es óbice en todo caso para encontrar que la realidad religiosa, de hecho, se encuentra “naturalmente” sincretizada con multitud de fenómenos y ritos de orden mágico; lo que en realidad tenemos, muy a pesar de la religiosidad oficial, es que la pretendida distinción entre religión y taumaturgia no es tal; y así lo han vivido creyentes de toda época hasta nuestros días.
Nuestro relato mateano, situándose en la esfera de la oficialidad, procuraría, de todos modos, que quedara clara tal distinción a través de los dos pasajes y el sumario de curaciones que nos presenta hoy. Así, por una parte, la curación “a distancia” del criado del centurión, evitaría entender que se trataba de un ritual de contacto mágico; por otra parte, la indicación expresa de que Jesús curó “con su palabra” a multitud de enfermos y poseídos tendría el mismo objeto. Con todo, Mateo, no puede o no quiere, evitar la ambigüedad – no alterando una fuente documental anterior o buscando un propósito de acercamiento popular – al señalar que la curación de la suegra de Pedro se realizó con un gesto ritual de carácter mágico-naturista, pues la “tocó”.
Precisamente, la alusión a esta curación ritualizada, permite a Mateo situar a Jesús en línea de continuidad con la tradición veterotestamentaria – algo tan propio de su ideología –, a saber, la tradición de los grandes taumaturgos que fundamentaban la religión israelita. En efecto, Jesús representaría la nueva personificación de Moisés – el legislador, la Ley – y los grandes profetas antiguos, esto es, Elías y Eliseo, que caracterizaron su ministerio por sus prodigios.
De este modo, en la ambigüedad entre la “oficialidad” y la “popularidad”, frente al judaísmo vigente en su época, Mateo reivindica la anterior etapa de la religión primitiva israelita (previa al judaísmo que nacería tras la vuelta del exilio babilónico) y resueltamente sitúa a Jesús en continuidad con esta, legitimando la figura y acción del nazareno en la gran tradición de Israel, en la base de la alianza primera de Dios con su pueblo: Jesús es el nuevo Moisés –el cumplimiento de la Ley – y el nuevo Elías-Eliseo – el cumplimiento de la profecía.
De este modo, Mateo responde a la apremiante acusación que los judíos oficialistas oponen de continuo a Jesús: “¿con qué autoridad actúas?”. La respuesta de Mateo en este relato es clara: con la misma autoridad con que actuaron Moisés y los profetas.
Un epílogo: la taumaturgia de Jesús no concluye con la ejecución de este; por el contrario, se continúa – como resalta Hechos – en sus discípulos. Y ante la pregunta por la autoridad del actuante, el tipo de respuesta legitimadora – en este caso para la Iglesia – sigue siendo la misma que para Jesús, si bien esta queda modificada: quien ahora legitima es el propio Jesús: ¡en nombre de Jesús, queda sano!
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