junio 20, 2023 in Evangelios

Lecturas del día 21 de Junio de 2023

Primera lectura

2 Cor 9, 6-11
Hermanos: Recuerden que el que poco siembra, cosecha poco, y el que mucho siembra, cosecha mucho. Cada cual dé lo que su corazón le diga y no de mala gana ni por compromiso, pues Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para colmarlos de toda clase de favores, a fin de que, teniendo siempre todo lo necesario, puedan participar generosamente en toda obra buena. Como dice la Escritura: Repartió a manos llenas a los pobres; su justicia permanece eternamente.

Dios, que proporciona la semilla al sembrador y le da pan para comer, les proporcionará a ustedes una cosecha abundante y multiplicará los frutos de su justicia. Serán ustedes ricos en todo para ser generosos en todo; y su generosidad, por medio de nosotros, se convertirá ante Dios en su acción de gracias.

Salmo Responsorial

Salmo 111, 1-2. 3-4. 9

R. (1a) Dichosos los que temen al Señor.
Dichoso los que temen al Señor
y aman de corazón sus mandamientos;
Poderosos serán sus descendientes.
Dios bendice a los hijos de los buenos.
R. Dichosos los que temen al Señor.
Fortuna y bienestar habrá en su casa;
siempre obrarán conforme a la justicia.
Quien es justo, clemente y compasivo,
como una luz en las tinieblas brilla.
R. Dichosos los que temen al Señor.
Firme está y sin temor su corazón.
Al pobre da limosna,
obra siempre conforme a la justicia;
su frente se alzará llena de gloria.
R. Dichosos los que temen al Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 14, 23
R. Aleluya, aleluya.
El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará
y haremos en él nuestra morada, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Mt 6, 1-6. 16-18
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.

Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Siempre seréis ricos para ser generosos

Los versículos de la 2ª carta a los Corintios que leemos en la eucaristía de hoy se sitúan en el contexto de una “colecta” que Pablo ha puesto en marcha para poder atender a la comunidad cristiana de Jerusalén inmersa en una situación de gran necesidad.

Leyendo toda la reflexión de Pablo respecto a esta colecta, se percibe que no habla de una recogida de dinero sin más, para una situación puntual. Mi impresión es que Pablo está apuntando a dos cuestiones esenciales respecto a las “consecuencias” que nuestra fe tiene en la vida.

  1. La solidaridad imprescindible que nos implica a todos para que la vida digna sea posible no sólo para algunos. ¡Qué difícil participar del Reino si no nos sentimos requeridos por la necesidad de los hermanos! Pablo lo presenta como algo totalmente natural, aunque no lo leamos en estos versículos: ahora tienen necesidad unos, y los demás acudimos en su ayuda; en otro momento, cuando nosotros seamos los necesitados, recibiremos la ayuda de nuestros hermanos. Tan sencillo, tan fácil de comprender, y ¡qué complicado de poner en práctica!
  2. ¿Sentimos la tentación de pensar que son otros, aquellos que tienen más medios, los que deberían estar obligados a colaborar con los que necesitan ayuda? Por definición, como seres humanos y como creyentes todos estamos llamados a esa solidaridad, que como dice Pablo hemos de ejercer en conciencia. Más todavía, bastará grabar en nuestro corazón su afirmación: “siempre seréis ricos para ser generosos”.¿quién no ha confirmado esta verdad contemplando la capacidad de compartir de los más pobres?

No practiquéis vuestra justicia… para ser vistos por los hombres

Jesús aprovecha la referencia a la limosna, la oración y el ayuno, prácticas habituales en todas las tradiciones religiosas, para ponernos en guardia. Y parece que el objetivo de sus palabras no es tanto la invitación a que hagamos limosna, oración o ayuno. Se trata, más bien de que estemos atentos a nuestra actitud, nuestra disposición, nuestras expectativas, nuestros deseos… cuando hacemos algo que “objetivamente” es bueno, o está bien.

Es propio de nuestra naturaleza humana la necesidad de “ser”, y a veces podemos equivocar el camino e identificar el “ser” con el reconocimiento, la admiración, la alabanza… que provienen de fuera. Nos gusta que nos reconozcan las cosas que hacemos bien. Y seguramente no es malo, siempre que no tratemos de edificar nuestro “ser” sobre el reflejo que recibimos de los otros.

Si profundizamos un poco en lo que significa ese vivir dependiendo de la aprobación, la aceptación, la admiración… quizá comprendamos que nos estamos convirtiendo a nosotros mismos en el “centro”, con lo que ya no lo ocupan ni Jesús ni su Reino. Triste recompensa que nos desvía de lo que queríamos.

La única recompensa plena y deseable es la de sentirnos amados por Dios, presente en nuestra vida, que nos da la capacidad para amar y entregarnos. Todo es don, y todo fluye en nosotros desde ese don. No necesitamos atribuirnos méritos ni exigir reconocimientos. La relación con el Señor es la que genera la sana disposición para hacer el “bien”, no como obligación sino como consecuencia natural de ese Amor en el que “vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).

Buena clave de discernimiento para cuando estemos tentados de buscar reconocimientos, ¡o incluso de “gustarnos” a nosotros mismos porque hemos sido “capaces” de no buscarlos!




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