El valor de las indulgencias en el camino de la santificación
La atención del cardenal se detuvo en aquellas “indulgencias parciales”, o “indulgencias semanales” que revelan un vínculo constante con Dios, una mirada perenne al Cielo: una jaculatoria, un gesto penitencial, la lectura de un versículo de la Escritura, un acto de caridad. Es precisamente este aspecto relacional el que se subraya: “Las indulgencias mantienen ciertamente un valor expiatorio, pero siempre es oportuno subrayar también su valor relacional, espiritual, y apoyar así el camino personal de santificación”.
Y también refuerzan la comunión de los santos, porque son aplicables a nuestros hermanos y hermanas difuntos, todavía en camino de purificación hacia la plena visión beatífica. “En este sentido – precisó – las indulgencias atraviesan y casi rompen los límites espacio-temporales de nuestra existencia terrena y son como una anticipación de la vida como resucitados”.
Los abusos de la monetización de las indulgencias
Una vez más, el cardenal Piacenza habló de reduccionismos cuando profundizó en la visión histórica de las indulgencias: hay quien no tiene en cuenta los límites, cuando no los abusos, que hubo en este ámbito, y hay quien demoniza su uso, deseando su extinción.
A través de un excurso desde el siglo I, cuando los cristianos elevaban sus plegarias de sufragio por los difuntos, llegamos al siglo XI, cuando encontramos las indulgencias reales. El fenómeno de la “monetización” de las indulgencias es ciertamente deplorable, afirmó el purpurado, aunque hasta cierto punto puede explicarse teniendo en cuenta el contexto cultural, social y religioso que preveía como normal y oportuno asegurarse la salvación eterna incluso sacrificando enormes patrimonios.
Otra aclaración del cardenal se refirió también a la tentación de “archivar y silenciar precipitadamente la cuestión de las indulgencias en nombre de un ecumenismo mal entendido con las comunidades de la Reforma”.
Perdón y parresía
En la última parte de su lectio, el cardenal Piacenza subrayó algunos rasgos de la misericordia y del perdón: “No es misericordia mentir sobre el pecado, y menos aún dejar a los fieles en estado de pecado por el temor del confesor al hablar a los fieles, como padre autorizado y médico solícito. Sólo una misericordia mal entendida, carente de realismo cristiano, puede abdicar de la gravísima tarea de juez y médico que Cristo confía a los Apóstoles y a sus sucesores. Que Cristo confía a todo confesor”.
El diálogo fraterno y la auténtica paternidad espiritual son las vías que tiene cada sacerdote para poner en práctica “el grave deber de amonestar al pecador sobre la gravedad de su condición”: si no lo hiciera, él mismo respondería de ello ante Dios. El requisito previo es la parresía evangélica, para que la indulgencia sea verdaderamente una medicina para el alma.
De hecho, concluyó el cardenal Piacenza, sólo hay una condición para recibir la indulgencia plenaria, que puede reconocerse en la comunión: en la comunión sacramental, mediante la Penitencia y la Eucaristía; en la comunión de la única fe, mediante el Credo; en la comunión jerárquica, a través de la oración por la persona y según las intenciones del Romano Pontífice.
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