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marzo 12, 2023 in Evangelios

Lecturas del día 13 de Marzo de 2023

Primera lectura

2 Reyes 5, 1-15

En aquellos días, Naamán, general del ejército de Siria, gozaba de la estima y del favor de su rey, pues por su medio había dado el Señor la victoria a Siria. Pero este gran guerrero era leproso.

Sucedió que una banda de sirios, en una de sus correrías, trajo cautiva a una jovencita, que pasó luego al servicio de la mujer de Naamán. Ella le dijo a su señora: “Si mi señor fuera a ver al profeta que hay en Samaria, ciertamente él lo curaría de su lepra”.

Entonces fue Naamán a contarle al rey, su señor: “Esto y esto dice la muchacha israelita”. El rey de Siria le respondió: “Anda, pues, que yo te daré una carta para el rey de Israel”. Naamán se puso en camino, llevando de regalo diez barras de plata, seis mil monedas de oro, diez vestidos nuevos y una carta para el rey de Israel que decía: “Al recibir ésta, sabrás que te envío a mi siervo Naamán, para que lo cures de la lepra”.

Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras exclamando: “¿Soy yo acaso Dios, capaz de dar vida o muerte, para que éste me pida que cure a un hombre de su lepra? Es evidente que lo que anda buscando es un pretexto para hacerme la guerra”.

Cuando Eliseo, el hombre de Dios, se enteró de que el rey había rasgado sus vestiduras, le envió este recado: “¿Por qué rasgaste tus vestiduras? Envíamelo y sabrá que hay un profeta en Israel”. Llegó, pues, Naamán con sus caballos y su carroza, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. Éste le mandó decir con un mensajero: “Ve y báñate siete veces en el río Jordán, y tu carne quedará limpia”. Naamán se alejó enojado, diciendo: “Yo había pensado que saldría en persona a mi encuentro y que, invocando el nombre del Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me curaría de la lepra. ¿Acaso los ríos de Damasco, como el Abaná y el Farfar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podría bañarme en ellos y quedar limpio?” Dio media vuelta y ya se marchaba, furioso, cuando sus criados se acercaron a él y le dijeron: “Padre mío, si el profeta te hubiera mandado una cosa muy difícil, ciertamente la habrías hecho; cuanto más, si sólo te dijo que te bañaras y quedarías sano”.

Entonces Naamán bajó, se bañó siete veces en el Jordán, como le había dicho el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño. Volvió con su comitiva a donde estaba el hombre de Dios y se le presentó, diciendo: “Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel”.

Salmo Responsorial

Salmos 41, 2.3; 42, 3.4

R. (41, 3) Estoy sediento del Dios que da la vida.
Como el venado busca
El agua de los ríos,
así, cansada, mi alma
te busca a ti, Dios mío.
R. Estoy sediento del Dios que da la vida.
Del Dios que da la vida
está mi ser sediento.
¿Cuándo será posible
ver de nuevo su templo?
R. Estoy sediento del Dios que da la vida.
Envíame, Señor, tu luz y tu verdad;
que ellas se conviertan en mi guía
y hasta tu monte santo me conduzcan,
allí donde tú habitas.
R. Estoy sediento del Dios que da la vida.
Al altar del Señor me acercaré,
al Dios que es mi alegría,
y a mi Dios, el Señor, le daré gracias
al compás de la cítara.
R. Estoy sediento del Dios que da la vida.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Sal 129, 5. 7
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Confío en el Señor y en sus palabras,
porque del Señor viene la misericordia y la redención.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

Lc 4, 24-30

En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria”.

Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta una saliente del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí.

Palabra de Dios, te alabamos Señor

Reflexión

Hoy, en el Evangelio, Jesús nos dice «que ningún profeta es bien recibido en su patria» (Lc 4,24). Jesús, al usar este proverbio, se está presentando como profeta.

“Profeta” es el que habla en nombre de otro, el que lleva el mensaje de otro. Entre los hebreos, los profetas eran hombres enviados por Dios para anunciar, ya con palabras, ya con signos, la presencia de Dios, la venida del Mesías, el mensaje de salvación, de paz y de esperanza.

Jesús es el Profeta por excelencia, el Salvador esperado; en Él todas las profecías tienen cumplimiento. Pero, al igual que sucedió en los tiempos de Elías y Eliseo, Jesús no es “bien recibido” entre los suyos, pues son estos quienes llenos de ira «le arrojaron fuera de la ciudad» (Lc 4,29).

Cada uno de nosotros, por razón de su bautismo, también está llamado a ser profeta. Por eso:

1º. Debemos anunciar la Buena Nueva. Para ello, como dijo el Papa Francisco, tenemos que escuchar la Palabra con apertura sincera, dejar que toque nuestra propia vida, que nos reclame, que nos exhorte, que nos movilice, pues si no dedicamos un tiempo para orar con esa Palabra, entonces sí seremos un “falso profeta”, un “estafador” o un “charlatán vacío”.

2º Vivir el Evangelio. De nuevo el Papa Francisco: «No se nos pide que seamos inmaculados, pero sí que estemos siempre en crecimiento, que vivamos el deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio, y no bajemos los brazos». Es indispensable tener la seguridad de que Dios nos ama, de que Jesucristo nos ha salvado, de que su amor es para siempre.

3º Como discípulos de Jesús, ser conscientes de que así como Jesús experimentó el rechazo, la ira, el ser arrojado fuera, también esto va a estar presente en el horizonte de nuestra vida cotidiana.

Que María, Reina de los profetas, nos guíe en nuestro camino.




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