Lecturas del día 4 de Marzo de 2023
Primera lectura
Hoy has oído al Señor declarar que él será tu Dios, pero sólo si tú caminas por sus sendas, guardas sus leyes, mandatos y decretos, y escuchas su voz.
Hoy el Señor te ha oído declarar que tú serás el pueblo de su propiedad, como él te lo ha prometido, pero sólo si guardas sus mandamientos. Por eso él te elevará en gloria, renombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho y tú serás un pueblo consagrado al Señor, tu Dios, como él te lo ha prometido”.
Salmo Responsorial
Dichoso el hombre de conducta intachable,
que cumple la ley del Señor.
Dichoso el que es fiel a sus enseñanzas
y lo busca de todo corazón.
R. Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.
Tú, Señor, has dado tus preceptos
para que se observen exactamente.
Ojalá que mis pasos se encaminen
al cumplimiento de tus mandamientos.
R. Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.
Te alabaré con sincero corazón,
cuando haya aprendido tus justos mandamientos.
Quiero cumplir tu ley exactamente.
Tú, Señor, no me abandones.
R. Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Este es el tiempo favorable,
este es el día de la salvación.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Sean, pues, perfectos como su Padre celestial es perfecto”.
Reflexión
Hoy, el Evangelio nos exhorta al amor más perfecto. Amar es querer el bien del otro y en esto se basa nuestra realización personal. No amamos para buscar nuestro bien, sino por el bien del amado, y haciéndolo así crecemos como personas. El ser humano, afirmó el Concilio Vaticano II, «no puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás». A esto se refería santa Teresa del Niño Jesús cuando pedía hacer de nuestra vida un holocausto. El amor es la vocación humana. Todo nuestro comportamiento, para ser verdaderamente humano, debe manifestar la realidad de nuestro ser, realizando la vocación al amor. Como ha escrito San Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente».
El amor tiene su fundamento y su plenitud en el amor de Dios en Cristo. La persona es invitada a un diálogo con Dios. Uno existe por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva, «y sólo puede decirse que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente este amor y se confía totalmente a su Creador» (Concilio Vaticano II): ésta es la razón más alta de su dignidad. El amor humano debe, por tanto, ser custodiado por el Amor divino, que es su fuente, en él encuentra su modelo y lo lleva a plenitud. Por todo esto, el amor, cuando es verdaderamente humano, ama con el corazón de Dios y abraza incluso a los enemigos. Si no es así, uno no ama de verdad. De aquí que la exigencia del don sincero de uno mismo devenga un precepto divino: «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).
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