El Papa. No basta denunciar o renunciar al mal, hay que cambiar al bien
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
“Hoy, con el desarrollo de la espiritualidad y de la teología, no tenemos excusas”. Sin embargo, dijo Francisco, todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes.
Frente a las diversas formas de desprecio y racismo; frente a la comprensión errónea e indiferente y a la violencia sacrílega, la Palabra de Dios nos amonesta, remarcó el Papa: «¡Aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho!» (Is 1,17). Para el Papa no es suficiente denunciar; es necesario también renunciar al mal, pasar del mal al bien.
Francisco presidió la celebración de las segundas vísperas en la fiesta de la Conversión de San Pablo Apóstol, desde la Basílica de San Pablo Extramuros. La Semana de oración por la unidad de los cristianos se llevó a cabo del 18 al 25 de enero. El tema de la semana de oración es una invocación del Libro de Isaías: “Aprendan a hacer el bien, busquen la justicia”. Al respecto, dijo que estas son “palabras fuertes, tan fuertes que podrían parecer inoportunas mientras tenemos la alegría de encontrarnos como hermanos y hermanas en Cristo para celebrar una liturgia solemne de alabanza en su honor”.
El tema de la semana nos amonesta e invita al cambio
“No faltan hoy noticias tristes y preocupantes, por lo que con gusto prescindiríamos de los “reproches sociales” de la Escritura. Y aún así, si prestamos atención a las inquietudes del tiempo en que vivimos, con mayor razón hemos de interesarnos en lo que hace sufrir al Señor, por quien vivimos”.
Reunidos una semana en nombre de Cristo, dijo, poniendo al centro “su Palabra, que es profética”. En efecto, añadió, Dios, con la voz de Isaías, nos amonesta y nos invita al cambio. Amonestación y cambio son las dos palabras sobre las que quisiera proponerles algunas ideas esta tarde.
Amonestación:
«Cuando ustedes vienen a ver mi rostro, […] no me sigan trayendo vanas ofrendas; […] cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho» (Is 1,12.13.15). Al respecto, el Papa Francisco se pregunta, qué es lo que suscita la indignación del Señor, al punto de reclamarle al pueblo que tanto ama con ese tono tan furioso, y afirma que son dos motivos:
En primer lugar, afirmó Francisco, Jesús critica el hecho de que, en su templo, en su nombre, no se cumple lo que Él quiere. No quiere ni incienso ni ofrendas, señaló, sino que el oprimido sea socorrido, que se haga justicia al huérfano, que se defienda a la viuda (cf. v. 17).
Dos motivos de la indignación del Señor
“En la sociedad del tiempo del profeta, se había difundido la tendencia —lamentablemente siempre actual— de considerar que los bendecidos por Dios eran los ricos y aquellos que hacían muchas ofrendas, despreciando a los pobres”.
Pero esto es malinterpretar completamente al Señor, aseveró Francisco, y recordó que Jesús llama bienaventurados a los pobres (cf. Lc 6,20), y en la parábola del juicio final se identifica con los que tienen hambre, los que tienen sed, los que están de paso, los necesitados, los enfermos y los encarcelados (cf. Mt 25,35-36).
Este es el primer motivo de la indignación, señaló Francisco. “Dios sufre cuando nosotros, que nos decimos ser fieles suyos, anteponemos nuestra visión a la suya; seguimos los criterios de la tierra antes que los del cielo, conformándonos con la ritualidad exterior y quedándonos indiferentes delante de aquellos que más le importan a Él. Por tanto, Dios siente dolor, podríamos decir, por nuestra comprensión errónea e indiferente”.
El segundo motivo afirmó el Papa, el más grave, que ofende “al Altísimo: la violencia sacrílega. Él dice: «¡No puedo aguantar el delito y la fiesta! […] ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! […] ¡Aparten de mi vista la maldad de sus acciones!» (Is 1,13.15.16)”. El Señor está “enfadado” por la violencia cometida contra el templo de Dios que es el hombre, aseveró, mientras es honrado en los templos construidos por el hombre.
Violencia cometida contra el templo de Dios
“Podemos imaginar con cuánto sufrimiento ha de presenciar guerras y acciones violentas realizadas por quien se profesa cristiano. Viene a la mente aquel episodio en el que un santo, con el fin de protestar contra la crueldad del rey, fue a verlo durante la Cuaresma para ofrecerle carne. Cuando el soberano, en nombre de su religiosidad, la rechazó indignado, el hombre de Dios le preguntó por qué le daba escrúpulo comer carne animal, cuando en cambio no titubeaba en entregar a la muerte a hijos de Dios”.
Esta amonestación nos hace reflexionar como cristianos y como confesiones cristianas. Al respecto el Santo Padre, reiteró que no tenemos excusas ante el desarrollo de la espiritualidad y de la teología. No obstante, dijo, todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes. La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener vivo un sentido crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar rápidamente cuando comienzan a insinuarse» (Carta enc. Fratelli tutti, 86).
No basta con oponerse o denunciar la violencia
Debemos oponernos a la guerra, a la violencia y a la injusticia en todo lugar donde se insinúen, si queremos, dijo Francisco, que la gracia de Dios en nosotros no sea estéril. Recordó que el tema de la semana de oración fue escogido por un grupo de fieles de Minnesota, conscientes de las injusticias cometidas en el pasado respecto a los pueblos indígenas y contra los afroamericanos en nuestros días.
“Ante las diversas formas de desprecio, racismo, la comprensión errónea e indiferente y la violencia sacrílega, la Palabra de Dios nos amonesta dijo: «¡Aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho!» (Is 1,17). En efecto, no es suficiente denunciar; es necesario también renunciar al mal, pasar del mal al bien. La amonestación, por tanto, está encaminada a nuestro cambio.”
Cambio
Una vez que detectamos los errores, el Señor pide remediarlos y, por medio del profeta, dice: «¡Lávense, purifíquense! […] ¡Cesen de hacer el mal!», afirmó.
“Y sabiendo que estamos oprimidos o como paralizados por tantas culpas, promete que Él lavará nuestros pecados: «Vengan y discutamos —dice el Señor—: Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana». Queridos hermanos y hermanas, por nosotros mismos no somos capaces de liberarnos de nuestras malas comprensiones de Dios y de la violencia que se incuba en nuestro interior”.
La gracia de Dios: fuente de nuestro cambio
El Papa nos recordó que sin Dios, sin su gracia, no nos curamos de nuestro pecado. Su gracia es la fuente de nuestro cambio. Y este cambio, no podemos lograrlo nosotros solos, pero con Dios todo es posible; solos no podemos, pero juntos es posible. Conversión, dijo, esta palabra tan repetida no siempre es fácil de entender, se pide conversión a la gente, conversión, dijo.
En efecto, afirmó Francisco, el Señor pide a los suyos que se conviertan, juntos. La conversión se pide al pueblo, dijo, tiene una dinámica comunitaria, eclesial. Y nuestra conversión ecuménica avanza en la medida en que nos reconocemos necesitados de gracia; necesitados de la misma misericordia; sabiendo que todos dependemos en todo de Dios, nos sentiremos y seremos, con su ayuda, verdaderamente uno, enfatizó.
Juntos abrirnos al cambio de perspectiva
En el signo de la gracia del Espíritu, abrirnos al cambio de perspectiva, “redescubriendo que «todos los fieles dispersos por el orbe comunican con los demás en el Espíritu Santo, y así —como escribió San Juan Crisóstomo—, quien habita en Roma sabe que los de la India son miembros suyos» (Lumen gentium, 13; In Io. hom. 65,1)”.
El Papa en su homilía, expresó su agradecimiento, porque en este camino de comunión, tantos cristianos de varias comunidades y tradiciones están acompañando, con participación e interés, el camino sinodal de la Iglesia católica, que el Pontífice desea que sea cada vez más ecuménico.
Caminar juntos y reconocernos en comunión
“Pero no olvidemos que caminar juntos y reconocernos en comunión los unos con los otros en el Espíritu Santo implica un cambio, un crecimiento que sólo puede suceder, como escribía Benedicto XVI, «a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo» (Carta enc. Deus caritas est, 18)”.
Por último, pidió al apóstol Pablo que nos ayude a cambiar, a convertirnos; que nos dé un poco de su valentía indómita, dijo. Porque, en nuestro camino, “es fácil trabajar por el propio grupo más que por el Reino de Dios, impacientarse, perder la esperanza de que llegue aquel día en que «todos los cristianos se congreguen en una única celebración de la Eucaristía, en orden a la unidad de la una y única Iglesia, a la unidad que Cristo dio a su Iglesia desde un principio» (Decr. Unitatis redintegratio, 4)”.
En espíritu fraterno, dijo que quiso compartir, con sus hermanos, estos pensamientos que la Palabra le ha suscitado, para que, “amonestados por Dios, por su gracia cambiemos y crezcamos en la oración, el servicio, el diálogo y el trabajo juntos hacia aquella plena unidad que Cristo desea”.
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