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noviembre 24, 2022 in Evangelios

Lecturas del día 25 de Noviembre de 2022

Primera lectura

Apoc 20, 1-4. 11–21, 2

Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo, con la llave del abismo y una gran cadena en la mano. El ángel sujetó al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo o Satanás, y lo encadenó durante mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y puso un sello, para que ya no pudiera engañar a los pueblos hasta que pasaran mil años. Después de esto, es necesario que lo suelten un poco de tiempo.

Vi también unos tronos, donde se sentaron los encargados de juzgar. Vi, además, vivos a los que habían sido sacrificados por dar testimonio de Jesús y proclamar la palabra de Dios, y a todos los que no adoraron a la bestia ni a su estatua, y no se dejaron poner su marca en la frente ni en la mano. Estos revivieron y reinaron con Cristo durante mil años.

Vi después un trono brillante y magnífico, y al que estaba sentado en él. El cielo y la tierra desaparecieron de su presencia sin dejar rastro. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono. Fueron abiertos unos libros y también el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados conforme a sus obras, que estaban escritas en esos libros.

El mar devolvió sus muertos; la muerte y el abismo devolvieron los muertos que guardaban en su seno. Cada uno fue juzgado según sus obras. La muerte y el abismo fueron arrojados al lago de fuego; este lago es la muerte definitiva. Y a todo el que no estaba inscrito en el libro de la vida lo arrojaron al lago de fuego.

Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía.

También vi que descendía del cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia que va a desposarse con su prometido.

Salmo Responsorial

Salmo 83, 3. 4. 5-6a y 8a

R. Dichosos los que viven en tu casa.
Anhelando los atrios del Señor
se consume mi alma.
Todo mi ser de gozo estremece
y el Dios vivo es la causa. R.
R. Dichosos los que viven en tu casa.
Hasta el gorrión encuentra casa
y la golondrina, un lugar para su nido,
cerca de tus altares,
Señor de los ejércitos, Dios mío. R.
R. Dichosos los que viven en tu casa.
Dichosos los que viven en tu casa,
te alabarán para siempre;
dichosos los que encuentran en ti su fuerza,
pues caminarán cada vez con más vigor. R.
R. Dichosos los que viven en tu casa.

Aclamación antes del Evangelio

Lc 21, 28

R. Aleluya, aleluya.
Estén atentos y levanten la cabeza,
porque se acerca la hora de su liberación, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 21, 29-33
En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos esta comparación: “Fíjense en la higuera y en los demás árboles. Cuando ven que empiezan a dar fruto, saben que ya está cerca el verano. Así también, cuando vean que suceden las cosas que les he dicho, sepan que el Reino de Dios está cerca. Yo les aseguro que antes de que esta generación muera, todo esto se cumplirá. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”
Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hoy somos invitados por Jesús a ver las señales que se muestran en nuestro tiempo y época y, a reconocer en ellas la cercanía del Reino de Dios. La invitación es para que fijemos nuestra mirada en la higuera y en otros árboles —«Mirad la higuera y todos los árboles» (Lc 21,29)— y para fijar nuestra atención en aquello que percibimos que sucede en ellos: «Al verlos, sabéis que el verano está ya cerca» (Lc 21,30). Las higueras empezaban a brotar. Los brotes empezaban a surgir. No era apenas la expectativa de las flores o de los frutos que surgirían, era también el pronóstico del verano, en el que todos los árboles “empiezan a brotar”.

Según Benedicto XVI, «la Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo». En efecto, «realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo». Esa Palabra viva que nos muestra el verano como señal de proximidad y de exuberancia de la luminosidad es la propia Luz: «Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca» (Lc 21,31). En ese sentido, «ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro (…) que podemos ver: Jesús de Nazaret» (Benedicto XVI).

La comunicación de Jesús con el Padre fue perfecta; y todo lo que Él recibió del Padre, Él nos lo dio, comunicándose de la misma forma con nosotros. De esta manera, la cercanía del Reino de Dios, —que manifiesta la libre iniciativa de Dios que viene a nuestro encuentro— debe movernos a reconocer la proximidad del Reino, para que también nosotros nos comuniquemos con el Padre por medio de la Palabra del Señor —Verbum Domini—, reconociendo en todo ello la realización de las promesas del Padre en Cristo Jesús.




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