septiembre 29, 2022 in Evangelios

Lecturas del día 30 de Setiembre de 2022

San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia

Lectionary: 459

Primera lectura

Job 38, 1. 12-21; 40, 3-5
El Señor le habló a Job desde el seno de la tormenta y le dijo:
“¿Acaso alguna vez en tu vida
le has dado órdenes a la mañana
o le has señalado su lugar a la aurora,
para que ciña a la tierra por los bordes
y sacuda de ella a los malvados;
para que ponga de relieve sus contornos
y la tiña de colores como un vestido;
para que prive a los malvados del amparo de las tinieblas
y acabe con el poder del hombre criminal?

¿Has llegado hasta donde nace el mar
o te has paseado por el fondo del océano?
¿Se te han franqueado las puertas de la muerte
o has visto los portones del país de los muertos?
¿Has calculado la anchura de la tierra?
Dímelo, si lo sabes.

¿Sabes en dónde vive la luz
y en dónde habitan las tinieblas?
¿Podrías conducirlas a su morada
o enseñarles el camino de su casa?
Si lo sabes, es que para entonces tú ya habrías nacido
y el número de tus años sería incontable”.

Job le respondió al Señor:

“He hablado a la ligera, ¿qué puedo responder?
Me taparé la boca con la mano.
He estado hablando y ya no insistiré más;
ya no volveré a hablar”.

Salmo Responsorial

Salmo 138, 1-3. 7-8. 9-10. 13-14ab
R. (24b) Condúcenos, Señor, por tu camino.
Tú me conoces, Señor, profundamente:
tú conoces cuándo me siento y me levanto,
desde lejos sabes mis pensamientos,
tú observas mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
R. Condúcenos, Señor, por tu camino.
¿A dónde iré yo lejos de ti?
¿Dónde escaparé de tu mirada?
Si subo hasta el cielo, allí estás tú;
si bajo al abismo, allí te encuentras.
R. Condúcenos, Señor, por tu camino.
Si voy en alas de la aurora
o me alejo hasta el extremo de mar,
también allí tu mano me conduce
y tu diestra me sostiene.
R. Condúcenos, Señor, por tu camino.
Tú formaste mis entrañas,
me tejiste en el seno materno.
Te doy gracias por tan grandes maravillas;
soy un prodigio y tus obras son prodigiosas.
R. Condúcenos, Señor, por tu camino.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Sal 94, 8
R. Aleluya, aleluya.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice:
“No endurezcan su corazón”.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 10, 13-16
En aquel tiempo, Jesús dijo: “¡Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Por eso el día del juicio será menos severo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo”.

Luego, Jesús dijo a sus discípulos: “El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza a ustedes, a mí me rechaza y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hoy vemos a Jesús dirigir su mirada hacia aquellas ciudades de Galilea que habían sido objeto de su preocupación y en las que Él había predicado y realizado las obras del Padre. En ningún lugar como Corazín, Betsaida y Cafarnaúm había predicado y hecho milagros. La siembra había sido abundante, pero la cosecha no fue buena. ¡Ni Jesús pudo convencerles…! ¡Qué misterio, el de la libertad humana! Podemos decir “no” a Dios… El mensaje evangélico no se impone por la fuerza, tan sólo se ofrece y yo puedo cerrarme a él; puedo aceptarlo o rechazarlo. El Señor respeta totalmente mi libertad. ¡Qué responsabilidad para mí!

Las expresiones de Jesús: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!» (Lc 10,13) al acabar su misión apostólica expresan más sufrimiento que condena. La proximidad del Reino de Dios no fue para aquellas ciudades una llamada a la penitencia y al cambio. Jesús reconoce que en Sidón y en Tiro habrían aprovechado mejor toda la gracia dispensada a los galileos.

La decepción de Jesús es mayor cuando se trata de Cafarnaúm. «¿Hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás!» (Lc 10,15). Aquí Pedro tenía su casa y Jesús había hecho de esta ciudad el centro de su predicación. Una vez más vemos más un sentimiento de tristeza que una amenaza en estas palabras. Lo mismo podríamos decir de muchas ciudades y personas de nuestra época. Creen que prosperan, cuando en realidad se están hundiendo.

«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha» (Lc 10,16). Estas palabras con las que concluye el Evangelio son una llamada a la conversión y traen esperanza. Si escuchamos la voz de Jesús aún estamos a tiempo. La conversión consiste en que el amor supere progresivamente al egoísmo en nuestra vida, lo cual es un trabajo siempre inacabado. San Máximo nos dirá: «No hay nada tan agradable y amado por Dios como el hecho de que los hombres se conviertan a Él con sincero arrepentimiento».




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