septiembre 16, 2022 in Evangelios

Lecturas del día 17 de Setiembre de 2022

Primera lectura

1 Cor 15, 35-37. 42-49

Hermanos: Hay algunos que preguntan: “¿Cómo resucitan los muertos? ¿Qué clase de cuerpo van a tener?” Es que no se han puesto a pensar que el grano que se siembra tiene que morir, para que nazca la planta. Lo que se siembra no es la planta que va a brotar, sino solamente la semilla, por ejemplo, de trigo o de cualquier otra cosa.

Lo mismo sucede en la resurrección de los muertos: se siembra un cuerpo corruptible y resucita incorruptible; se siembra un cuerpo miserable y resucita glorioso; se siembra débil y resucita fuerte; se siembra un cuerpo puramente humano y resucita un cuerpo vivificado por el espíritu divino.

Pues si existe un cuerpo puramente humano, también existe un cuerpo vivificado por el espíritu. En efecto, la Escritura dice que el primer hombre, Adán, fue un ser que tuvo vida; el último Adán es espíritu que da la vida. Sin embargo, no existe primero lo vivificado por el Espíritu, sino lo puramente humano; lo vivificado por el Espíritu viene después.

El primer hombre, hecho de tierra, es terreno; el segundo viene del cielo. Como fue el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como es el hombre celestial, así serán los celestiales. Y del mismo modo que fuimos semejantes al hombre terreno, seremos también semejantes al hombre celestial.

Salmo Responsorial

Salmo 55, 10. 11-12. 13-14

R. (cf. 14c) Caminaré en presencia del Señor.
Yo sé bien que el Señor está conmigo;
por eso en Dios, cuya promesa alabo.
Sin temor me confío.
¿Qué hombre ha de poder causarme daño? R.
R. Caminaré en presencia del Señor.
Te debo, Señor, las promesas que te hice,
te las cumpliré con acción de gracias,
porque libraste mi vida de la muerte,
mis pies de la caída,
para que camine en la presencia de Dios,
mientras tengo la luz de la vida. R.
R. Caminaré en presencia del Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Lc 8, 15

R. Aleluya, aleluya.
Dichosos los que cumplen la palabra del Señor
con un corazón bueno y sincero
y perseveran hasta dar fruto.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 8, 4-15

En aquel tiempo, mucha gente se había reunido alrededor de Jesús, y al ir pasando por los pueblos, otros más se le unían. Entonces les dijo esta parábola:

“Salió un sembrador a sembrar su semilla. Al ir sembrando, unos granos cayeron en el camino, la gente los pisó y los pájaros se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, y al brotar, se secaron por falta de humedad. Otros cayeron entre espinos, y al crecer éstos, los ahogaron. Los demás cayeron en tierra buena, crecieron y produjeron el ciento por uno”. Dicho esto, exclamó: “¡El que tenga oídos para oír, que oiga!”

Entonces le preguntaron los discípulos: “¿Qué significa esta parábola?” Y él les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer claramente los secretos del Reino de Dios; en cambio, a los demás, sólo en parábolas para que viendo no vean y oyendo no entiendan.

La parábola significa esto: la semilla es la palabra de Dios. Lo que cayó en el camino representa a los que escuchan la palabra, pero luego viene el diablo y se la lleva de sus corazones, para que no crean ni se salven. Lo que cayó en terreno pedregoso representa a los que, al escuchar la palabra, la reciben con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba, fallan. Lo que cayó entre espinos representa a los que escuchan la palabra, pero con los afanes, riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no dan fruto. Lo que cayó en tierra buena representa a los que escuchan la palabra, la conservan en un corazón bueno y bien dispuesto, y dan fruto por su constancia’’.

Palabra de Dios, te alabamos Señor

Reflexión

Hoy, Jesús nos habla de un sembrador que salió «a sembrar su simiente» (Lc 8,5) y aquella simiente era precisamente «la Palabra de Dios». Pero «creciendo con ella los abrojos, la ahogaron» (Lc 8,7).

Hay una gran variedad de abrojos. «Lo que cayó entre los abrojos, son los que han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez» (Lc 8,14).

—Señor, ¿acaso soy yo culpable de tener preocupaciones? Ya quisiera no tenerlas, ¡pero me vienen por todas partes! No entiendo por qué han de privarme de tu Palabra, si no son pecado, ni vicio, ni defecto.

—¡Porque olvidas que Yo soy tu Padre y te dejas esclavizar por un mañana que no sabes si llegará!

«Si viviéramos con más confianza en la Providencia divina, seguros —¡con una firmísima fe!— de esta protección diaria que nunca nos falta, ¡cuántas preocupaciones o inquietudes nos ahorraríamos! Desaparecerían un montón de quimeras que, en boca de Jesús, son propias de paganos, de hombres mundanos (cf. Lc 12,30), de las personas que son carentes de sentido sobrenatural (…). Yo quisiera grabar a fuego en vuestra mente —nos dice san Josemaría— que tenemos todos los motivos para andar con optimismo en esta tierra, con el alma desasida del todo de tantas cosas que parecen imprescindibles, puesto que vuestro Padre sabe muy bien lo que necesitáis! (cf. Lc 12,30), y Él proveerá».

Dijo David: «Pon tu destino en manos del Señor, y él te sostendrá» (Sal 55,23). Así lo hizo san José cuando el Señor lo probó: reflexionó, consultó, oró, tomó una resolución y lo dejó todo en manos de Dios. Cuando vino el Ángel —comenta Mn. Ballarín—, no osó despertarlo y le habló en sueños. En fin, «Yo no debo tener más preocupaciones que tu Gloria…, en una palabra, tu Amor» (San Josemaría).




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