Un nuevo beato jesuita
El pasado 2 de julio, día en que la Compañía de Jesús celebra la memoria litúrgica de los santos y beatos jesuitas europeos, el Padre General anunciaba la próxima beatificación de otro europeo, el alemán Philipp Jeningen, misionero popular que será beatificado el 16 de julio, en el marco de las celebraciones del Año Ignaciano.
Johann Philipp Jeningen nació en 1642 y recibió su bautismo en la catedral de Eichstätt (Alemania). Su padre se había convertido al catolicismo y varios de los hijos se hicieron religiosos. Su nacimiento coincidió con la fase final de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), mientras que su ciudad natal había sido incendiada casi por completo poco antes De 1651 a 1659 asistió al colegio de los jesuitas en Eichstätt y fue miembro de la Congregación Mariana. El 16 de enero de 1663, a la edad de 21 años, entró en el noviciado de la Provincia jesuita de Alemania Superior en Landsberg am Lech, que había sido fundado por San Pedro Canisio en 1578. Allí descubrió la espiritualidad de los Ejercicios Espirituales y creció en la comunidad de vida y servicio con Jesús, lo que le llevó a buscar continuamente la voluntad de Dios y a aceptarla de buen grado. “Para el que ama, corresponde a su naturaleza prestar más atención a la llamada del Amado que esperar su mandato”, escribía el P. Jeningen en sus notas. De hecho, vivió, trabajó y murió en el espíritu de los Ejercicios.
Aunque su deseo era ser misionero en la India o Brasil, su vocación misionera se desarrollaría siempre en su Alemania natal. Su ordenación sacerdotal tuvo lugar en Eichstätt en 1672. Durante su tercera probación en Altötting (1672-1673), el lugar de peregrinación mariana más famoso del sur de Alemania, adquirió experiencia pastoral en la atención a los peregrinos escuchando confesiones, predicando y enseñando el catecismo. Después de varios años en la pastoral colegial, su principal tarea fue el servicio a los peregrinos en la montaña de Schönenberg, un centro pastoral para toda la región que data de 1638, donde los jesuitas habían erigido una sencilla cruz de madera con una figura de María durante la Guerra de los Treinta Años, invitando a la gente a rezar allí. Sobre la pequeña capilla, que se había construido en la colina como agradecimiento por las gracias recibidas, el P. Jeningen consiguió que se edificara una gran iglesia barroca visible desde todas las direcciones.
Las características de su labor pastoral, inspirada en los Ejercicios, fueron la profundidad y la fuerza. Su actitud estaba totalmente determinada por la pasión por Dios y la preocupación por los demás. Llamado por la gente “el buen P. Philipp”, quería consolar a los afligidos, aliviar su sufrimiento y estar a su lado. Su figura era conocida por todos: una pequeña capa de cuero sobre los hombros, un bastón en la mano, su sombrero nunca en la cabeza, sino sujeto al cuello con una cuerda y colgando detrás de los hombros, sus zapatos sin suela, siempre viajando a pie, bajo la lluvia o el sol. Gracias a una predicación sencilla, un estilo de vida convincente y la bondad de su corazón, la gente sentía que él creía en lo que decía y no pretendía de ellos nada que él mismo no estuviera dispuesto a hacer, y de modo extraordinario.
A pesar de su gran carisma, la forma de su vida religiosa fue discreta y ordinaria. Los documentos sobre él se refieren también a visiones y apariciones extraordinarias, de las que no se gloriaba, pero que le fortalecían en su camino de amor a Dios y de atención al prójimo. Las palabras que solía repetir, “El más grande del mundo es el que más ama a Dios”, también eran siempre válidas para él.
En su epitafio, el P. Jeningen es descrito como “incansable misionero en el distrito de Ellwangen y alrededores en cuatro diócesis”. De hecho, su trabajo como misionero rural fue el verdadero apostolado de su vida. Muchos católicos vivían dispersos y no tenían pastor propio, y también las iglesias y parroquias, a menudo destruidas, necesitaban ser renovadas. El P. Philipp recorría el país, realizaba misiones y daba retiros a los sacerdotes; se ocupaba especialmente de los soldados, de los presos y de los condenados a muerte. No obstante su precaria salud, llevó una vida muy activa de ofrecer consuelo y ayuda a la gente. La Eucaristía fue siempre su alimento. Cuando estaba en el apogeo de sus actividades, cayó gravemente enfermo después de comenzar los Ejercicios Espirituales y murió el 8 de febrero de 1704. Fue enterrado en la Basílica de San Vito de Ellwangen. Poco después de su muerte comenzaron los movimientos para beatificarlo.
La continua veneración del Buen Padre queda demostrada por las innumerables historias de respuestas a oraciones, ayudas y curaciones obtenidas por su intercesión, incluida una que tuvo lugar en 1985 y que fue reconocida por la Iglesia como milagrosa. El factor decisivo ha sido que el P. Philipp sigue siendo un ejemplo vivo que aún hoy motiva a muchas personas a hacer visible el amor de Dios.
En palabras del P. General “Su beatificación nos muestra que, a través de las personas que dedican su vida al Evangelio con todas sus fuerzas, la esperanza y la confianza se hacen presentes en el mundo. Muchos jóvenes peregrinos que siguen los pasos del P. Jeningen, continúan recorriendo el camino entre Eichstätt y Ellwangen hasta el día de hoy. Que el futuro beato pueda imprimir en ellos la perseverancia, la valentía, la confianza en Dios, la transparencia, la paciencia, la bondad con los demás y la capacidad de soportar la adversidad que tuvo este misionero alemán”. Y que la “próxima beatificación sea una ocasión para renovar nuestra vida y nuestro trabajo desde el espíritu de los Ejercicios Espirituales”.
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