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junio 28, 2022 in Actualidad

Homilía en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo

En la Misa por la Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, realizada en la Catedral Metropolitana y concelebrada por los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica y presidida por el Nuncio Apostólico Mons. Bruno Musaro, a Monseñor Daniel Francisco Blanco Méndez, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de San José le correspondió brindar la homilía que compartirnos a continuación:

Queridos hermanos y hermanas:

Nos reunimos en esta Iglesia Catedral, Santuario Nacional dedicado al
Glorioso Patriarca San José, para ofrecer el santo sacrificio de la misa, en esta
solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y para orar, con espíritu
filial, por el papa Francisco, quien hoy es el sucesor de Pedro y, por tanto, al
que reconocemos como aquel, a quien el mismo Cristo, entregó las llaves del
Reino y le pidió apacentar a sus ovejas.

La palabra de Dios que se ha proclamado, nos permite meditar en lo
distintas que fueron las vidas de Pedro y Pablo; pero como Cristo, al llamarlos
para hacerlos sus apóstoles, los ha transformado radicalmente, al punto de
unirlos en la misma misión evangelizadora y en la fuerza de la entrega
martirial por su Señor.

San Pablo en la segunda lectura, afirma con total claridad, que su vida de
fariseo ejemplar, capaz de perseguir a los que formaban parte de la Iglesia de
Dios, da un giro total, al encontrarse con Cristo y reconocer que había sido
elegido, desde el seno materno, para anunciar la verdad que el mismo
Jesucristo le había revelado.

Sus encuentros con Simón Pedro en Jerusalén, uno atestiguado por el
mismo Pablo en la segunda lectura, manifiestan que esa verdad revelada por
Cristo, lo lleva a respetar el primado apostólico de quien tiene la misión de
confirmar en la fe y de acreditar la misión de Pablo. El apóstol de los gentiles,
reconoce a Pedro como cabeza visible de la Iglesia y por tanto, como el que
tiene la primacía entre los apóstoles.

Esta primacía de Pedro nace del mismo deseo de Cristo, que en Cesarea de
Filipo (Mt. 16, 19), le entrega a Simón, las llaves del Reino y le da el poder de
atar y desatar, pero después de esto, en la noche del Jueves Santo, Pedro niega
a Jesús en tres ocasiones, de ahí la necesidad, de que se diera lo que hemos
escuchado en el evangelio, que después de la resurrección, Cristo hiciera la
triple pregunta sobre el amor y el triple encargo de apacentar el rebaño de
Cristo, para confirmar la misión ya dada en Cesarea de tener la llaves del
Reino y de tener la potestad de atar y desatar.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña lo que representa este poder
de llaves que se le entrega a Pedro: «El poder de atar y desatar significa la
autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y
tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la
Iglesia por el ministerio de los apóstoles y particularmente por el de Pedro, el
único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino» (CEC, n. 553).

Esta misión se lleva a cabo desde el momento del envío del Espíritu en
Pentecostés, cuando Pedro asume su misión como primero entre los apóstoles,
y dirige su primer, famoso y firme discurso kerigmático, que proclama la
verdad predicada por Cristo y la verdad de su resurrección.
Esta misión puede observarse también, en el texto de la primera lectura,
cuando es Pedro quien toma la palabra y por su oración e intercesión, se
realiza el primer milagro, que la Sagrada Escritura presenta como acontecido
por la mediación de un apóstol.

Después de la triple respuesta de amor a Cristo, en el lago de Tiberíades y
después de Pentecostés, la Sagrada Escritura presenta a Pedro asumiendo su
ministerio de primo inter pares, por medio de tres acciones concretas:

• La oración: La primera lectura presenta el milagro del paralitico cuando
Pedro va camino al Templo a la oración de la tarde. En otros pasajes está
orando con la comunidad apostólica, celebrando la fracción del pan, ora en
los momentos de cárcel y persecución. La oración es fuente del ministerio
apostólico de Pedro.
• La predicación: Pedro, generalmente, es presentado como aquel que toma
la palabra y lleva adelante discursos en los cuales predica la verdad que el
Espíritu pone en su corazón, anunciando lo aprendido del mismo Cristo y
defendiendo la verdad del acontecimiento pascual.
• La toma de decisiones: Pedro, ejerciendo su primado y su misión de pastor
supremo, debe resolver situaciones doctrinales que ponen en peligro la
unidad de la iglesia naciente. Es su experiencia con los cristianos
provenientes del paganismo, lo que hace que su discurso sobre los gentiles
tuviera un peso importante en la decisión final del así llamado Concilio de
Jerusalén, en el cual sinodalmente se decidió que no era necesario que los
cristianos provenientes del paganismo se circuncidaran.

Este ministerio petrino, marcado por la oración, la predicación y el
pastoreo, es coronado con el testimonio rubricado con su sangre y ha sido el
camino que han asumido también sus sucesores.

Hoy el papa Francisco es quien tiene en sus hombros ese delicado
ministerio de ser quien dirige, en nombre de Cristo, a la Iglesia. Ministerio
que realiza en oración, en predicación y en pastoreo. Y lo ha hecho
potenciando un elemento fundante de la Iglesia de Jesucristo, como es el
espíritu sinodal en el caminar de la Iglesia.

A partir de la apertura a escuchar, el Santo Padre, ha querido prestar
atención a las necesidades, las alegrías y los impulsos del Espíritu de todo el
Pueblo de Dios y de toda persona de buena voluntad y así, cumpliendo con su
misión de apacentar las ovejas de Jesucristo, como cabeza del Colegio
Episcopal, llama al discernimiento y él mismo discierne y decide lo que será
de mayor beneficio para dar continuidad a la misión de la Iglesia, porque
«Toda auténtica manifestación de sinodalidad exige por su naturaleza el
ejercicio del ministerio colegial de los Obispos con Pedro a la cabeza» (cfr.
Comisión Teológica Internacional, 02.03.2018).

Por esto, al constatar la importante y delicada misión del Romano Pontífice,
hoy, y cada día, debemos orar al Señor, como el mismo papa Francisco lo ha
solicitado desde el primer día de su pontificado, para que sea guiado y
fortalecido por el Espíritu en su misión de apacentar el rebaño de Cristo y sea
protegido por su misericordia y compasión en sus sufrimientos físicos (como
los que hemos visto en los últimos meses), para que pueda seguir contagiando
al mundo con la alegría del evangelio




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