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junio 9, 2022 in Evangelios

Lecturas del día 10 de Junio de 2022

Primera Lectura

1 Reyes19, 9. 11-16

Al llegar al monte de Dios, el Horeb, el profeta Elías entró en una cueva y permaneció allí. El Señor le dijo: “Sal de la cueva y quédate en el monte para ver al Señor, porque el Señor va a pasar”.

Así lo hizo Elías, y al acercarse el Señor, vino primero un viento huracanado, que partía las montañas y resquebrajaba las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Se produjo después un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Luego vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave.

Al oírlo, Elías se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le dijo: “¿Qué haces aquí, Elías?” Él respondió: “Me consume el celo por tu honra, Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo y me andan buscando para matarme”.

El Señor le dijo: “Desanda tu camino hacia el desierto de Damasco. Ve y unge a Jazael como rey de Siria; a Jehú, hijo de Nimsí, como rey de Israel; y a Eliseo, hijo de Safat, úngelo como profeta, sucesor tuyo”.

Salmo Responsorial

Salmo 26, 7-8a. 8b-9abc. 13-14

R. (8b) Oye, Señor, mi voz y mis clamores.
Oye, Señor, mi voz y mis clamores
y tenme compasión;

el corazón me dice que te busque
y buscándote estoy.
 R.
R. Oye, Señor, mi voz y mis clamores.
No rechaces con cólera a tu siervo,
tú eres mi único auxilio;
no me abandones ni me dejes solo,
Dios y salvador mío. R.
R. Oye, Señor, mi voz y mis clamores.
La bondad del Señor espero ver
en esta misma vida.
Armate de valor y fortaleza
y en el Señor confía. R.
R. Oye, Señor, mi voz y mis clamores.

Aclamación antes del Evangelio

Flp 2, 15. 16

R. Aleluya, aleluya.
Iluminen al mundo
con la luz del Evangelio reflejada en su vida.
R. Aleluya.

Evangelio

Mt 5, 27-32

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio; pero yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y tíralo lejos, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.

También se dijo antes: El que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio; pero yo les digo que el que se divorcia, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, expone a su mujer al adulterio, y el que se casa con una divorciada comete adulterio’’.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hoy, Jesús nos habla claramente del amor indisoluble, fruto de un amor casto (“ecológico”, de respeto a la naturaleza). Tal como afirmó el Papa Francisco, «la santidad y la indisolubilidad del matrimonio cristiano, que con frecuencia se desintegra bajo la tremenda presión del mundo secular, debe ser profundizada por una clara doctrina y apoyada por el testimonio de parejas casadas comprometidas». Desgraciadamente, hoy en día, puede ser un tema polémico, porque parezca que vivir la castidad y la virtud de la santa pureza en medio de este mundo quede como algo trasnochado, o incluso como que puede quitarnos la libertad.

De lo que hay en nuestro corazón, hablan también nuestros “ojos”. La mirada de los esposos, por ejemplo, debe ser expresión de un amor casto y puro que dure para siempre. «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5,28).

Esta pureza de corazón se expresa tratando con dignidad nuestro cuerpo: «Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo», nos dice san Pablo (1Cor 6,19). El Evangelio de hoy tiene que llevar a entender lo sagrado del matrimonio. No se trata de entender el Evangelio de una manera literal, puesto que perder un ojo o una mano, no nos exime de pecar y además sería otro mal añadido. El sentido de las palabras de Jesús, es de sacrificio para ser fieles al proyecto de fidelidad a Dios, hasta vivir el matrimonio para lo que fue creado y después elevado a sacramento (para los cristianos).

Jesús quiere devolver a la ley divina su fuerza, y dice: «Todo el que repudia a su mujer (…) la hace ser adúltera» (Mt 5,32). Con estas palabras nos muestra hasta qué punto cada uno es responsable de la santidad de su esposo / esposa. Estamos llamados a ser “uno” en el santo matrimonio. Es cierto que muchas veces el matrimonio no es algo fácil: vivir santamente conlleva la cruz… «El amor no nos deja indiferentes», diría Benedicto XVI.




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