Lecturas del día 27 de Abril de 2022
Primera Lectura
La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía.
Con grandes muestras de poder, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y todos gozaban de gran estimación entre el pueblo. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían terrenos o casas, los vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, y luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.
José, levita nacido en Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé (que significa hábil para exhortar), tenía un campo; lo vendió y puso el dinero a disposición de los apóstoles.
Salmo Responsorial
R. (1a) El Señor es un rey magnífico. Aleluya.
Tú eres, Señor, el rey de todos los reyes.
Estás revestido de poder y majestad.
Tú mantienes el orbe y no vacila.
Eres eterno, y para siempre está firme tu trono R.
R. El Señor es un rey magnífico. Aleluya.
Muy dignas de confianza son tus leyes
y desde hoy y para siempre, Señor,
la santidad adorna tu templo. R.
R. El Señor es un rey magnífico. Aleluya.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
El Hijo del hombre debe ser levantado en la cruz,
para que los que creen en él tengan vida eterna.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”. Nicodemo le preguntó entonces: “¿Cómo puede ser esto?”
Jesús le respondió: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
El evangelio que hemos escuchado nos lleva al corazón del misterio de la salvación: Dios desea la salvación de toda la humanidad y para ello entrega a su propio Hijo. Y la humanidad debe responder, con libertad, acogiendo o rechazando esa salvación. Eso mismo debemos personalizarlo y formularlo así: Dios quiere que yo me salve; lo ha dado todo, incluso a su propio Hijo. Ahora está en mis manos participar de esa salvación; está en mí acoger o rechazar esa salvación. Dios hizo lo que debía hacer; lo demás es decisión mía.
Este pasaje del evangelio lo hemos escuchado muchas veces; incluso hace poco, en la Cuaresma. Es un texto que podemos llamar clásico, una joya de la Sagrada Escritura; y por supuesto central en el evangelio de san Juan. En especial la expresión: “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único”. Aquí está la verdad fundamenta de nuestra fe cristiana: Dios es un Padre que ama entrañablemente a cada ser humano y sólo desea su bien. Dios no quiere que nadie se pierda, sino que todos nos salvemos.
Jesús está en diálogo con Nicodemo. No está dirigiéndose al pueblo como en los diversos discursos de Jesús, que san Juan ofrece en su evangelio. Jesús está hablando con mayor intimidad, y con posibilidad de hacerse entender mejor. Nicodemo era un hombre instruido y sabía de lo que Jesús le está hablando.
Por eso la contundencia y el enorme alcance de esa afirmación. Ese mundo, que san Juan presenta en otros lugares que tiene como príncipe a Satanás, ha sido amado por Dios. Tanto que les entrega al Hijo único. Es la máxima prueba del amor: la entrega de lo más valioso, de lo más amado, de su propio Hijo. Una entrega que su Hijo lleva a plenitud derramando hasta la última gota de su sangre en la muerte más cruel e ignominiosa.
Todo para que nadie se condene: “Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él”. La entrega total de Dios por amor tiene una finalidad clara: la salvación de toda la humanidad. Ahora bien, Dios lo ha dado todo y ofrece la salvación. Pero Dios no nos impone la salvación, sino que la ofrece. En nosotros está acoger o rechazar ese regalo. Decía un gran santo: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Y Jesús es claro al dar la razón del rechazo. Quienes le rechazaron no quisieron abrirse a la luz. Prefirieron quedar en las tinieblas, porque en “las tinieblas” la vida les era más fácil; y podían mantener sus privilegios en la sociedad, sobre todo religiosa. Éstas, dice el texto, les impidieron abrirse a la luz. Fue una decisión autodefensiva: “no querían ser acusados por sus obras”, algo que sucedería si se abrieran a la luz. “Cuando se obra en contra de lo que se piensa, se acaba pensando como se obra”. Es un conocido mecanismo de defensa, la autojustificación.
Esa denuncia de Jesús sigue vigente hoy. ¿Por qué se rechaza a Dios? ¿Por qué se rechaza la salvación que Él nos ofrece? Para llevar una vida fácil, de libertinaje y que las malas acciones no sean iluminadas por la luz.
Y nosotros, ¿hemos acogido totalmente ese hermoso regalo que el Señor nos ofrece? ¿Dejamos que su luz ilumine nuestra vida? ¿Cómo hemos correspondido al amor salvador de Dios?
Que Dios los bendiga y los proteja.
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