Lecturas del día 31 de Marzo de 2022
Primera Lectura
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés: “Anda, baja del monte, porque tu pueblo, el que sacaste de Egipto, se ha pervertido. No tardaron en desviarse del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se han postrado ante él y le han ofrecido sacrificios y le han dicho: ‘Éste es tu dios, Israel; es el que te sacó de Egipto’ ”.
El Señor le dijo también a Moisés: “Veo que éste es un pueblo de cabeza dura. Deja que mi ira se encienda contra ellos hasta consumirlos. De ti, en cambio, haré un gran pueblo”.
Moisés trató de aplacar al Señor, su Dios, diciéndole: “¿Por qué ha de encenderse tu ira, Señor, contra este pueblo que tú sacaste de Egipto con gran poder y vigorosa mano? ¿Vas a dejar que digan los egipcios: ‘Los sacó con malas intenciones, para hacerlos morir en las montañas y borrarlos de la superficie de la tierra’? Apaga el ardor de tu ira, renuncia al mal con que has amenazado a tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Jacob, siervos tuyos, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: ‘Multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo y les daré en posesión perpetua toda la tierra que les he prometido’ ”.
Y el Señor renunció al castigo con que había amenazado a su pueblo.
Salmo Responsorial
R. (4a) Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.
En el Horeb hicieron un becerro,
un ídolo de oro, y lo adoraron.
Cambiaron al Dios que era su gloria
por la imagen de un buey que come pasto.
R. Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.
Se olvidaron del Dios que los salvó,
y que hizo portentos en Egipto,
en la tierra de Cam, mil maravillas,
y en las aguas del mar Rojo, sus prodigios.
R. Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.
Por eso hablaba Dios de aniquilarlos;
pero Moisés, que era su elegido,
se interpuso, a fin de que, en su cólera,
no fuera el Señor a destruirlos.
R. Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.
Aclamación antes del Evangelio
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único,
para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Si yo diera testimonio de mí, mi testimonio no tendría valor; otro es el que da testimonio de mí y yo bien sé que ese testimonio que da de mí, es válido.
Ustedes enviaron mensajeros a Juan el Bautista y él dio testimonio de la verdad. No es que yo quiera apoyarme en el testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes quisieron alegrarse un instante con su luz. Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre.
El Padre, que me envió, ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no habita en ustedes, porque no le creen al que él ha enviado.
Ustedes estudian las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues bien, ellas son las que dan testimonio de mí. ¡Y ustedes no quieren venir a mí para tener vida! Yo no busco la gloria que viene de los hombres; es que los conozco y sé que el amor de Dios no está en ellos. Yo he venido en nombre de mi Padre y ustedes no me han recibido. Si otro viniera en nombre propio, a ése sí lo recibirían. ¿Cómo va a ser posible que crean ustedes, que aspiran a recibir gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que sólo viene de Dios?
No piensen que yo los voy a acusar ante el Padre; ya hay alguien que los acusa: Moisés, en quien ustedes tienen su esperanza. Si creyeran en Moisés, me creerían a mí, porque él escribió acerca de mí. Pero, si no dan fe a sus escritos, ¿cómo darán fe a mis palabras?’’
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
Cada vez estamos más cerca de la Pascua. Cada vez nos acercamos más a la contemplación del misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Y la liturgia, a través del evangelio de san Juan, nos va introduciendo en el misterio del protagonista de este gran acontecimiento: a su persona y a las causas de su muerte. Eso es lo que hemos venido contemplando desde hace un par de días y es a lo que nos lleva el evangelio de hoy.
En los días anteriores, el evangelio nos presentaba el origen de un conflicto entre Jesús y las autoridades religiosas. Ese conflicto va subiendo de tono y es el que le llevará a la muerte. Jesús se declara Hijo de Dios y esto es visto como una blasfemia por las autoridades religiosas. En medio de esta polémica, Jesús presenta hoy las pruebas de ser Él el Hijo de Dios.
Efectivamente, el evangelio de hoy nos muestra cómo Jesús hace frente a la siguiente objeción: según el libro del Deuteronomio para que un testimonio tenga valor es necesario que proceda de dos o tres testigos. Jesús alega a favor suyo el testimonio de Juan el Bautista, el testimonio del Padre (que se manifiesta a través de las acciones y milagros obrados por Él) y, finalmente, el testimonio de las Escrituras.
El Padre y Jesús son uno. El testimonio del Padre se revela en Jesús: lo que Él dice y hace es un reflejo de la voluntad del Padre que le envió, es la palabra misma del Padre que se hace visible en las palabras del Hijo que habla en Su nombre. La autoridad profética de Juan el Bautista también testifica ante todo el pueblo en favor de Jesús: “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. El testimonio de sus obras es la transparencia en ellas del mismo designio del Padre. Finalmente, las Escrituras, y Moisés en ellas, también dan un testimonio concorde de quién es Jesús y de dónde le viene su misión.
Además, Jesús echa en cara a los que le escuchan tres impedimentos que tienen para reconocerle como el Mesías Hijo de Dios: la falta de amor a Dios; la ausencia de rectitud de intención (buscan sólo la gloria humana) y que interpretan las Escrituras interesadamente, según su conveniencia. Y aquí es importante que nos detengamos un momento y revisemos cuáles son las causas de nuestras dudas de fe. Porque, al igual que las autoridades religiosas del tiempo de Jesús, también hoy muchas personas no creen que Él es el Hijo de Dios. Y aún entre los que nos declaramos creyentes, con nuestras actitudes y acciones mostramos que nuestra fe no es tan sólida.
San Juan Pablo II nos escribía: “A la contemplación del rostro de Cristo tan sólo se llega escuchando en el Espíritu la voz del Padre, ya que nadie conoce al Hijo fuera del Padre. Así, pues, se necesita la revelación del Altísimo. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse en actitud de escuchar”. Sin duda, Dios nos concede esa gracia; pero necesitamos abrirnos a ella. Se requiere de nuestra disposición para que esa gracia actúe.
El gran problema de las autoridades religiosas era su cerrazón. Creían conocer las Escrituras y saber todo acerca de Dios. Pero eran incapaces de descubrir la acción de Dios en Jesús. De ahí las palabras fuertes que les dirige Jesús hoy. El Señor les recrimina su dureza de corazón y su ceguera para ver las cosas que Dios está haciendo a través de su persona y cómo todo lo que hace es conforme a la voluntad del Padre.
Ojalá que nuestra actitud no sea como la de las autoridades religiosas del tiempo de Jesús; ojalá no seamos de los que creemos conocer bien las Escrituras y saber todo acerca de Dios. Ojalá que las palabras de Jesús nos ayuden a revisar cómo es nuestra fe en Él y que, con la gracia de Dios, abramos nuestro corazón a sus palabras para que le sigamos con mayor convicción y fidelidad.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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