Lecturas del día 29 de Marzo de 2022
Primera Lectura
En aquellos tiempos, un hombre me llevó a la entrada del templo. Por debajo del umbral manaba agua hacia el oriente, pues el templo miraba hacia el oriente, y el agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.
Luego me hizo salir por el pórtico del norte y dar la vuelta hasta el pórtico que mira hacia el oriente, y el agua corría por el lado derecho. Aquel hombre salió hacia el oriente, y con la cuerda que tenía en la mano, midió quinientos metros y me hizo atravesar por el agua, que me daba a los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo pasar; el agua me daba a las rodillas. Midió quinientos más y me hizo cruzar; el agua me daba a la cintura. Era ya un torrente que yo no podía vadear, pues habían crecido las aguas y no se tocaba el fondo. Entonces me dijo: “¿Has visto, hijo de hombre?”
Después me hizo volver a la orilla del torrente, y al mirar hacia atrás, vi una gran cantidad de árboles en una y otra orilla. Aquel hombre me dijo: “Estas aguas van hacia la región oriental; bajarán hasta el Arabá, entrarán en el mar de aguas saladas y lo sanearán. Todo ser viviente que se mueva por donde pasa el torrente, vivirá; habrá peces en abundancia, porque los lugares a donde lleguen estas aguas quedarán saneados y por dondequiera que el torrente pase, prosperará la vida. En ambas márgenes del torrente crecerán árboles frutales de toda especie, de follaje perenne e inagotables frutos. Darán frutos nuevos cada mes, porque los riegan las aguas que manan del santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas, de medicina”.
Salmo Responsorial
R. (8) Con nosotros está Dios, el Señor.
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
quien en todo peligro nos socorre.
Por eso no tememos, aunque tiemble,
y aunque al fondo del mar caigan los montes.
R. Con nosotros está Dios, el Señor.
Un río alegra a la ciudad de Dios,
su morada el Altísimo hace santa.
Teniendo a Dios, Jerusalén no teme,
porque Dios la protege desde el alba.
R. Con nosotros está Dios, el Señor.
Con nosotros está Dios, el Señor;
es el Dios de Israel nuestra defensa.
Vengan a ver las cosas sorprendentes
que ha hecho el Señor sobre la tierra.
R. Con nosotros está Dios, el Señor.
Aclamación antes del Evangelio
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Crea en mí, Señor, un corazón puro
y devuélveme tu salvación, que regocija.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
Era un día de fiesta para los judíos, cuando Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las Ovejas, una piscina llamada Betesdá, en hebreo, con cinco pórticos, bajo los cuales yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Entre ellos estaba un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Al verlo ahí tendido y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo en tal estado, Jesús le dijo: “¿Quieres curarte?” Le respondió el enfermo: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando logro llegar, ya otro ha bajado antes que yo”. Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y anda”. Al momento el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.
Aquel día era sábado. Por eso los judíos le dijeron al que había sido curado: “No te es lícito cargar tu camilla”. Pero él contestó: “El que me curó me dijo: ‘Toma tu camilla y anda’ ”. Ellos le preguntaron: “¿Quién es el que te dijo: ‘Toma tu camilla y anda’?” Pero el que había sido curado no lo sabía, porque Jesús había desaparecido entre la muchedumbre. Más tarde lo encontró Jesús en el templo y le dijo: “Mira, ya quedaste sano. No peques más, no sea que te vaya a suceder algo peor”. Aquel hombre fue y les contó a los judíos que el que lo había curado era Jesús. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús sanando a un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Toda una vida en aquella condición de parálisis y probablemente ya había perdido las esperanzas de sanar; pero el encuentro con Jesús le cambia la vida por completo.
Llama la atención el contexto en el que Jesús realiza el milagro: está en Jerusalén, en el corazón de la fe judía, es día de fiesta para los judíos y, además, es sábado. En lugar de estar en el templo, Jesús va a un lugar donde, probablemente las personas pasaban porque tenían que hacerlo pero nadie se detenía. Era un lugar de dolor y sufrimiento: bajo los pórticos “yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos”. ¿Quién querría estar allí? Sólo Jesús puede tener esa iniciativa pues es el lugar donde puede encontrarse con las personas más necesitadas.
Movido por la compasión, Jesús tiene la iniciativa y pregunta al paralítico “¿quieres curarte?” Antes de cualquier acción Jesús se dirige a la voluntad del enfermo. No hará nada que violente la libertad del enfermo. Así es Dios con nosotros: se acerca, toma la iniciativa, pero respeta nuestra voluntad y nuestra libertad. El mismo hecho de dejar a Dios entrar a nuestra vida es decisión nuestra. Él siempre desea hacerlo y se nos acerca; pero es decisión nuestra dejarlo entrar y actuar.
Luego, con autoridad Jesús le ordena: “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Su palabra bastó para realizar el milagro. Y el enfermo, sin saber quién era Jesús creyó en su palabra: se puso en pie, tomó su camilla y se puso a caminar. Un encuentro y una palabra de Jesús cambió radicalmente la vida de aquel hombre.
El tiempo de Cuaresma es tiempo de decisiones cuando lo vivimos con responsabilidad y consciencia; cuando no es un tiempo monótono, rutinario, que se reduce a ciertas prácticas devocionales; cuando lo vivimos como un tiempo de gracia. Dios se acerca a nosotros, se compadece de nuestras parálisis, de aquellas cosas que nos mantienen atados y no nos permiten crecer como personas y como creyentes. Es un tiempo donde Dios nos pregunta: ¿quieres curarte?
El paralítico del evangelio de hoy tuvo un encuentro con Jesús que le cambió la vida. Pero no todo fue fácil. Jesús realiza el milagro, pero para que éste ocurra le pide algo: “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Levantarse y echar a andar significa salir de la resignación en la que encontraba; confiar en la palabra de Jesús y creer que puede lograrlo. Es dejar la zona de confort y ponerse en camino. Recuperó la salud y se tuvo que enfrentar con las autoridades religiosas. Se levantó y anduvo con la dignidad de un verdadero hijo de Dios, pero le pusieron en el centro de atención. No fue fácil. Comenzaron las complicaciones que antes, en su situación de parálisis, no tenía.
Hay un detalle interesante en el relato. Había muchos enfermos en esa piscina, pero Jesús miró al paralítico en particular. Y éste respondió rápidamente. Con el ansia acumulada durante treinta y ocho años. Consiguió ser sanado. Comenzó una nueva vida. Esto nos indica que no importa cuanto tiempo tengan nuestras parálisis, nuestras frustraciones o resignaciones; hoy puede ser el día de nuestra sanación. Hoy puede ser el día de levantarnos y echar a andar.
Jesús sabía que ese hombre llevaba mucho tiempo allí, esperando la sanación. Le miró con ojos llenos de amor, y le tendió la mano. Con esa mirada nos mira a cada una y a cada uno de nosotros. Sabe que nos hace falta una sanación radical, para liberarnos de nuestras parálisis, que desde hace poco o mucho tiempo nos impiden seguirle con libertad. De nosotros depende aceptar o no esa sanación.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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