Lecturas del día 28 de Marzo de 2022
Primera Lectura
Esto dice el Señor:
“Voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva;
ya no recordaré lo pasado,
lo olvidaré de corazón.
Se llenarán ustedes de gozo y de perpetua alegría
por lo que voy a crear:
Convertiré a Jerusalén en júbilo
y a mi pueblo en alegría.
Me alegraré por Jerusalén y me gozaré por mi pueblo.
Ya no se oirán en ella gemidos ni llantos.
Ya no habrá niños que vivan pocos días,
ni viejos que no colmen sus años
y al que no los alcance se le tendrá por maldito.
Construirán casas y vivirán en ellas,
plantarán viñas y comerán sus frutos’’.
Salmo Responsorial
R. (2a) Te alabaré, Señor, eternamente.
Te alabaré, Señor, pues no dejaste
que se rieran de mí mis enemigos.
Tú, Señor, me salvaste de la muerte
y a punto de morir, me reviviste.
R. Te alabaré, Señor, eternamente.
Alaben al Señor quienes lo aman,
den gracias a su nombre,
porque su ira dura un solo instante
y su bondad, toda la vida.
El llanto nos visita por la tarde;
por la mañana, el júbilo.
R. Te alabaré, Señor, eternamente.
Escúchame, Señor, y compadécete;
Señor, ven en mi ayuda.
Convertiste mi duelo en alegría,
te alabaré por eso eternamente.
R. Te alabaré, Señor, eternamente.
Aclamación antes del Evangelio
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Busquen el bien y no el mal, para que vivan,
y el Señor estará con ustedes.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús salió de Samaria y se fue a Galilea. Jesús mismo había declarado que a ningún profeta se le honra en su propia patria. Cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que él había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían estado allí.
Volvió entonces a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Al oír éste que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que fuera a curar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le dijo: “Si no ven ustedes signos y prodigios, no creen”. Pero el funcionario del rey insistió: “Señor, ven antes de que mi muchachito muera”. Jesús le contestó: “Vete, tu hijo ya está sano”.
Aquel hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando iba llegando, sus criados le salieron al encuentro para decirle que su hijo ya estaba sano. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Le contestaron: “Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre”. El padre reconoció que a esa misma hora Jesús le había dicho: ‘Tu hijo ya está sano’, y creyó con todos los de su casa.
Éste fue el segundo señal milagrosa que hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
En el proceso de fe de este funcionario real aparecen claramente tres momentos: primero se acerca a Jesús, ha oído de su poder curativo, segundo se fía de la palabra de Jesús; tercero, cree en Jesús.
Acercarse a Jesús significa encontrarse personalmente con Él. Karl Rahner, jesuita que participó en el Concilio Vaticano Segundo como experto teólogo, afirmó que “el cristiano del futuro o será un “místico”, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será cristiano”. Ser cristiano hoy requiere este encuentro personal con Jesús que impulsa a escucharlo y conocerlo para más amarle y seguirle. Es un encuentro que da sentido a nuestra vida, que renueva nuestra esperanza y nos pone en acción.
Solo desde ese encuentro personal con Jesús es posible fiarse de Él, fiarse de su palabra. Este funcionario, urgido por la necesidad de ver sano a su hijo, se acerca a Jesús, escucha su palabra, se fía de él y se pone en camino. Hay una invitación clara para no quedarnos quietos, estancados en una fe que no moviliza todos los recursos que el Señor nos ha regalado. Nuestra adhesión a Dios, personal y decidida, no puede quedarse en una vivencia intimista que no tiene repercusión en la vida. Debe traducirse necesariamente en la vivencia diaria de los valores del Reino predicado y vivido por Jesús. Valores que buscan construir un mundo más fraterno, más humano y más justo, donde el odio, la violencia, la miseria, las enemistades, la indiferencia ante el que sufre, la desigualdad, la corrupción y todos los males que aquejan al ser humano sean desterrados y vencidos por la solidaridad, comprensión, justicia, preocupación por el hermano y el amor.
Cuando tenemos una gran necesidad o nos va mal, acudimos a Dios, hacemos todo tipo de promesas, encendemos candelas, nos hincamos ante el sagrario…, y al resolverse el problema fácilmente nos olvidamos de Dios. No es el caso del funcionario real del evangelio de hoy. Después que su hijo se ha curado y cae en la cuenta de que ha sido por la palabra de Jesús, vuelve Jesús para mostrarle su agradecimiento, y cree, se convierte a Dios él y toda su familia.
Un Dios Padre, inmensamente bueno que nos quiere incondicionalmente, precisamente porque EL ES BUENO. Nos quiere no en base a nuestros méritos o deméritos, sino porque Él es Bueno. Lo que no nos exime de poner de nuestra parte todas nuestras fuerzas, cualidades y empeño para contribuir a construir un mundo más acorde a los planes y proyectos de Dios. Responder, así, de alguna manera a ese amor radical de Dios.
Dios no deja de creer en cada uno de nosotros. Sale siempre a nuestro encuentro y nos invita a hacer realidad su deseo de ver a todos sus hijos e hijas sentados a la misma mesa del Reino, compartiendo amistosamente un banquete festivo, por encima de enfrentamientos, odios y condenas.
La vida diaria nos reta a creer plenamente en Cristo, en su palabra, y a ponernos en camino en esta dirección.
Pidamos al Señor que nos ayude a encontrarnos con su Hijo Jesús, a dejarnos llevar por Él y confiar en su promesa de salvación para todos.
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