Lecturas del día 25 de Marzo de 2022
Primera Lectura
En aquellos tiempos, el Señor le habló a Ajaz diciendo: “Pide al Señor, tu Dios, una señal de abajo, en lo profundo o de arriba, en lo alto”. Contestó Ajaz: “No la pediré. No tentaré al Señor”.
Entonces dijo Isaías: “Oye, pues, casa de David: ¿No satisfechos con cansar a los hombres, quieren cansar también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo les dará por eso una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros”.
Salmo Responsorial
R. (8a y 9a) Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Sacrificios, Señor, tú no quisiste,
abriste, en cambio, mis oídos a tu voz.
No exigiste holocaustos por la culpa,
así que dije: “Aquí estoy”.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
En tus libros se me ordena
Hacer tu voluntad;
esto es, Señor, lo que deseo:
tu ley en medio de mi corazón.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
He anunciado tu justicia
en la gran asamblea;
no he cerrado mis labios,
tú lo sabes, Señor.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
No callé tu justicia,
antes bien, proclamé tu lealtad y tu auxilio.
Tu amor y tu lealtad no los he ocultado
a la gran asamblea.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Segunda Lectura
Hermanos: Es imposible que la sangre de toros y machos cabríos pueda borrar los pecados. Por eso, al entrar al mundo, Cristo dijo conforme al salmo: No quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio me has dado un cuerpo. No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije –porque a mí se refiere la Escritura–: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para cumplir tu voluntad”.
Comienza por decir: No quisiste víctimas ni ofrendas, no te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado –siendo así que es lo que pedía la ley–; y luego añade: Aquí estoy, Dios mío; vengo para cumplir tu voluntad.
Con esto, Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo. Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez por todas.
Aclamación antes del Evangelio
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros
y hemos visto su gloria.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.
Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.
El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.
María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
Hoy celebramos la solemnidad de la Encarnación del Señor. A mitad del camino cuaresmal, hoy celebramos el gran misterio de la Encarnación de Dios. Dios se hace uno de nosotros para compartir nuestra vida y nuestra historia. Encarnación que tendrá su punto culminante en la entrega de Jesús en la cruz y su triunfo sobre la muerte, en la resurrección.
El evangelio de hoy centra la atención en la Virgen María. Ella recibe la noticia más importante de toda la historia de la humanidad. La noticia de que Dios, por amor, va a enviar hasta nosotros, a nuestra tierra, a su Hijo Jesús. Quiere que llegue a modo humano, concebido en el seno de una mujer y por obra del Espíritu Santo. Y Dios elige a María para ser la madre de Jesús. En un primer momento, como no podía ser menos, María se llenó de un gran asombro, de un asombro positivo. Dios le pedía, ni más ni menos, que ser la madre de su Hijo. María, ante las explicaciones del ángel Gabriel, aceptó la oferta de Dios. “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Siendo una mujer muy joven, María tiene que dar una respuesta que cambiará la historia entera de la humanidad. San Bernardo suplicaba en una reflexión: “Se te ofrece el precio de nuestra Redención. Seremos liberados inmediatamente, si tú dices sí. Todo el orbe está a tus pies esperando tu respuesta. Di tu palabra y engendra la Palabra Eterna”. Dios espera una respuesta libre, y “La llena de gracia”, representando a todos los necesitados de Redención, responde: ¡hágase! Desde hoy ha quedado María libremente unida a la Obra de su Hijo, hoy comienza su Mediación. Desde hoy es Madre de los que son uno en Cristo.
Durante nueve meses tuvo la ilusión de dejar nacer en su seno a su propio hijo, al hijo de Dios. Durante el resto de la vida de su Hijo, siempre, como buena madre, le llevó en su corazón. Cuando Jesús fue presentado en el Templo, les recibió Simeón y dijo a María, su madre: “Está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; una espada atravesará tu alma, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones”.
Cuando Jesús empezó su vida pública, a predicar su buena noticia del reino de Dios, se cumplieron las palabras de Simeón. Ciertamente una espada atravesó el alma de María, al ver que su Hijo era signo de contradicción, al ver que algunos le rechazaban y que su rechazo fue tan fuerte que le clavaron en la cruz. Gran dolor para María. Pero María siempre disfrutó del cariño, del amor de su Hijo, a la vez que Hijo de Dios. Su corazón se ensanchaba cuando veía que también mucha gente aceptaba a su Hijo, le escuchaba, le seguía… y le reconocían como su Salvador.
María, también nuestra madre, da un paso en favor nuestro. Nos ofrece que también nosotros, como ella, dejemos nacer en nuestros corazones a Jesús. Porque Jesús ha venido hasta nosotros para eso, para adentrarse y adueñarse de nuestro corazón, por lo que podemos decir con san Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.
En este día especial, alegrémonos con María porque el Señor ha hecho maravillas en ella, la ha hecho Madre de su Hijo. Y demos gracias a Dios porque Jesús, el Hijo de Dios, también quiere nacer en nuestros corazones. Nadie mejor que Él que sea el Dueño de nuestro corazón.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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