marzo 10, 2022 in Santo del día

Santoral del día 10 de Marzo de 2022 :: S. JUAN OGILVIE, SACERDOTE JESUITA Y MÁRTIR

Otoño de 1613. El capitán Watson vuelve a pisar el muelle de Leith, en las afueras de Edimburgo, después de 22 años de ausencia. Hasta entonces, había viajado por toda Europa. Francia, Bélgica, Alemania, Austria, Bohemia y Moravia. Es un hombre culto el capitán Watson, porque pudo estudiar en todas las ciudades donde estuvo. Ahora, sin embargo, ha decidido volver a casa y continuar su trabajo allí. Un trabajo que no podrá hacer a la luz del día.

El clandestino del Evangelio

Porque el “Capitán Watson” es en realidad Juan Ogilvie, un misionero jesuita de incógnito, aterrizado en una tierra que le es tanto madre como enemigo. Veinte años antes de su nacimiento en 1579, Escocia se convirtió en protestante y la vida se volvió muy peligrosa para los católicos. Celebrar o participar en una Misa puede llevar a la pérdida de los bienes y al exilio, los reincidentes pagan con sus vidas. Juan lo sabía bien y, a pesar de que sus superiores lo habían enviado a Rouen, en Francia, durante dos años escribió y rogó al Superior General, el padre Claudio Acquaviva, que lo dejara volver para estar entre sus compatriotas. Lo logra con la tenacidad y el 11 de noviembre de ese año de 1613 el clandestino del Evangelio comenzó su nueva misión.

Amor y traición

La vida cotidiana del Padre Juan es un continuo desafío al sistema. Celebra la Misa antes del amanecer con algunas personas de confianza, visita a los enfermos, a los presos, se encuentra con los nuevos convertidos y también con los “herejes”, con los protestantes que pensaban volver al catolicismo. A veces pernocta en casa de algunos de ellos y tiene la costumbre de recitar el breviario en la habitación que lo alberga. “Alguien que me había espiado y me había oído susurrar en voz baja, a la luz de las velas, decía que yo era un mago”, recuerda en sus memorias. Fue traicionado por un “hereje”, Adam Boyd, un caballero de Glasgow, ciudad a la que el jesuita fue en octubre de 1614. Boyd finge que se quiere reconciliar con la Iglesia, en cambio indica al Padre Juan al arzobispo anticatólico de la ciudad, que lo hace arrestar.

Fe de hierro

Lo que sigue recuerda la noche de Jesús entre el Jueves y el Viernes Santo. Una noche que para el Padre Juan dura cuatro meses. Juicios entremezclados con torturas, constantemente encadenado y con las grebas de hierro que lo desgarran, insultado y abofeteado hasta por el arzobispo, el Padre Juan no cede ni un milímetro, por el contrario, responde punto por punto a las acusaciones. También le llovieron los insultos de las familias de algunos católicos, encarcelados por una lista de nombres encontrados entre los papeles confiscados al jesuita. Pero él no traiciona a nadie y por el contrario a menudo es cortante e irónico con aquellos que quieren doblegarlo. Y cuando la amenaza de muerte se hace concreta dice: “Salvaría, si pudiera, mi vida, pero nunca perdiendo a Dios: al no poder conciliar las dos cosas, sacrificaría el bien menor para ganar el mayor”.

Hasta el último minuto

Como la violencia no logra quebrarlo, intentan seducirlo. Le ofrecen ricas prebendas y la mano de la hija del arzobispo. Todo le resbala al jesuita, que rechaza la apostasía y así como negar la supremacía espiritual del Papa sobre la del rey, que consideraba que gobernaba por derecho divino. En este punto, Jaime I Stuart interviene en la disputa, ordenando el ahorcamiento de Ogilvie si persiste en sus posiciones. La sentencia fue formalizada en la mañana del 10 de marzo de 1615 y ejecutada en la tarde. Incluso bajo la horca, relata la crónica oficial del proceso, el Padre Juan, lucha contra los que lo difaman acusándolo de lesa majestad. “En cuanto al rey -exclamó-, con gusto daría mi vida por él; y sepan también que yo y otro amigo mío escocés hemos hecho cosas tan importantes en beneficio del rey en el extranjero que ustedes con todos sus ministros nunca lograrán hacer lo mismo. Así que muero, sí, pero sólo por mi fe”. Sus restos son enterrados junto con los de los condenados y se pierden para siempre. En 1976 Pablo VI lo proclama santo.




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