marzo 10, 2022 in Evangelios

Lecturas del 10 de Marzo de 2022

Primera Lectura

Es 4, 17n. p-r. aa-bb. gg-hh

En aquellos días, la reina Ester, ante el mortal peligro que amenazaba a su pueblo, buscó refugio en el Señor y se postró en tierra con sus esclavas, desde la mañana hasta el atardecer. Entonces suplicó al Señor, diciendo:

“Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, ¡bendito seas! Protégeme, porque estoy sola y no tengo más defensor que tú, Señor, y voy a jugarme la vida.

Señor, yo sé, por los libros que nos dejaron nuestros padres, que tú siempre salvas a los que te son fieles. Ayúdame ahora a mí, porque no tengo a nadie más que a ti, Señor y Dios mío.

Ayúdame, Señor, pues estoy desamparada. Pon en mis labios palabras acertadas cuando esté en presencia del león y haz que yo le agrade, para que su corazón se vuelva en contra de nuestro enemigo, para ruina de éste y de sus cómplices.

Con tu poder, Señor, líbranos de nuestros enemigos. Convierte nuestro llanto en alegría y haz que nuestros sufrimientos nos obtengan la vida”.

Salmo Responsorial

Salmo 137, 1-2a. 2bc-3. 7c-8

R. (3a) De todo corazón te damos gracias, Señor.
De todo corazón te damos gracias,
Señor, porque escuchaste nuestros ruegos.

Te cantaremos delante de los ángeles
te adoraremos en tu templo.

R. De todo corazón te damos gracias, Señor.
Señor, te damos gracias
por su lealtad y por tu amor:
siempre que te invocamos nos o
íste
y nos llenaste de valor
.
R. De todo corazón te damos gracias, Señor.
Que todos los reyes de la tierra te reconozcan,
al escuchar tus prodigios.
Que alaben tus caminos,
porque tu gloria es inmensa.

R. De todo corazón te damos gracias, Señor.
Tu mano, Señor, nos pondrá a salvo,
Y as
í concluirás en nosotros tu obra.
Se
ñor, tu amor perdura eternamente;
obra tuya soy, no me abandones.

R. De todo corazón te damos gracias, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Sal 50, 12. 14

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Crea en mí, Señor, un corazón puro
y devuélveme tu salvación, que regocija.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

Mt 7, 7-12

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que toca, se le abre.

¿Hay acaso entre ustedes alguno que le dé una piedra a su hijo, si éste le pide pan? Y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Si ustedes, a pesar de ser malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con cuánta mayor razón el Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan.

Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor

Reflexión

Hermanas y hermanos

El evangelio de hoy nos sitúa nuevamente en el tema de la oración. Hace dos días Jesús nos enseñaba las actitudes fundamentales con las cuales debemos orar; hoy nos habla nuevamente de actitudes. Y es que Jesús en el evangelio no nos enseña recetas o fórmulas para que repitamos mecánicamente, sino actitudes y el modo de relacionarnos con el Padre. Porque la oración es diálogo en una relación; y todo diálogo, comunicación y relación personal no se realiza con recetas sino con actitudes.

Jesús nos invita a orar con confianza y perseverancia: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá”. Efectivamente, cuando oramos no nos situamos frente a alguien desconocido o lejano, sino frente a Aquel que nos creó, que nos conoce mejor que nosotros mismos, que nos ama infinita e incondicionalmente. Y oramos siempre, en todos los momentos y circunstancias de nuestra vida. Con insistencia. No porque Dios quiera vernos mendigándole y rogándole por favores, sino para que cultivemos dos virtudes importantes: la perseverancia y la humildad.

La confianza con la que oramos nace de la certeza de que Dios, ante todo, es un Padre Bueno. Por eso Jesús nos revela cómo es el corazón del Padre que sabe dar “cosas buenas a los que le piden”, y nos indica cómo debe ser la actitud de un corazón orante: “pidan, busquen, llamen…”. Tres verbos que no debemos olvidar cuando oramos.

Durante este tiempo de Cuaresma se nos invita a volver a lo que es esencial para nuestra vida y nuestras opciones vitales. Redescubrir en la sencillez de los momentos de oración que tenemos cada día una verdad profunda: Dios es nuestro Padre y nos ama con un amor sin límites, está obrando siempre, sin cansarse, para nuestro bien.

Probablemente no siempre experimentamos este amor; ya sea porque hemos desgatado el significado de la expresión: “Dios es amor”, o bien, porque los agobios, afanes o dispersión no nos dejan abrirnos a ese amor paternal. El reto es hacernos consciente de esta verdad de nuestra fe, que damos muchas veces ya por sabida, y recuperar el significado con toda su fuerza. Jesús nos invita a entrar en comunión viva con Dios Padre; esta experiencia nos sana interiormente. Como decía el Papa Francisco: “Todos, todos tenemos enfermedades espirituales, solos no podemos curarlas; todos tenemos vicios arraigados, solos no podemos extirparlos; todos tenemos miedos que nos paralizan, solos no podemos vencerlos. Necesitamos imitar a aquel leproso, que volvió a Jesús y se postró a sus pies”.

La oración humilde y sencilla, la oración de un corazón que busca amar, inicia siempre con un acto de gratuidad contemplativa, poniendo en su mirada interior el rostro del Padre bueno. Jesús nos dice que debemos expresar a Dios nuestras necesidades, pero pidiendo siempre que se cumpla su voluntad. El ejemplo de una oración auténtica nos lo muestra Él en el Gertsemaní. Pide al Padre que esos momentos dolorosos que le esperan no tengan lugar, pero concluye con esa expresión máxima de una fe firme: no se haga mi voluntad sino la tuya.

Esta debería ser siempre nuestra actitud al orar. Tras expresar nuestras peticiones, sólo cabe concluir con las palabras de Jesús desde la seguridad de que Dios sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. Seguramente que nos costará aceptarlo cuando no llega lo que hemos pedido, pero ahí dejamos claro que creemos en la bondad de Dios y en Él depositamos nuestra confianza. El resultado, sea el que sea, lo aceptamos porque viene de quien nos ama de verdad. Sabemos que, como Padre bueno, nos dará lo que nos conviene. Es la razón por la que decimos que la oración, nacida de una fe sincera, expresa la madurez de nuestra condición de seguidores y seguidoras de Jesús.

Pidamos al Señor que renueve en nosotros el valor de la oración y que nos enseñe a orar, ya que en ella se fundamenta todo lo que somos y hacemos, pues sin una comunión personal con el Señor nuestra fe se debilita y nuestro caminar cristiano se tambalea. Y que nuestra oración sea testimoniada en nuestra vida cotidiana.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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