Lecturas del día 27 de Febrero de 2022
Primera lectura
Al agitar el cernidor, aparecen las basuras;
en la discusión aparecen los defectos del hombre.
En el horno se prueba la vasija del alfarero;
la prueba del hombre está en su razonamiento.
El fruto muestra cómo ha sido el cultivo de un árbol;
la palabra muestra la mentalidad del hombre.
Nunca alabes a nadie antes de que hable,
porque ésa es la prueba del hombre.
Salmo Responsorial
R. (cf. 2a) ¡Qué bueno es darte gracias, Señor!
¡Qué bueno es darte gracias, Dios altísimo,
y celebrar tu nombre,
pregonando tu amor cada mañana
y tu fidelidad, todas las noches! R.
R. ¡Qué bueno es darte gracias, Señor!
Los justos crecerán como las palmas,
como los cedros en los altos montes;
plantados en la casa del Señor,
en medio de sus atrios darán flores. R.
R. ¡Qué bueno es darte gracias, Señor!
Seguirán dando fruto en su vejez,
frondosos y lozanos como jóvenes,
para anunciar que en Dios, mi protector,
ni maldad ni injusticia se conocen. R.
R. ¡Qué bueno es darte gracias, Señor!
Segunda lectura
Hermanos: Cuando nuestro ser corruptible y mortal se revista de incorruptibilidad e inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido aniquilada por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado y la fuerza del pecado es la ley. Gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo.
Así pues, hermanos míos muy amados, estén firmes y permanezcan constantes, trabajando siempre con fervor en la obra de Cristo, puesto que ustedes saben que sus fatigas no quedarán sin recompensa por parte del Señor.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Iluminen al mundo con la luz
del Evangelio reflejada en su vida.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: “¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano.
No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos. El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
La Palabra de Dios que se proclama este domingo tiene un carácter sapiencial; es decir, nos lleva a la sabiduría que viene de Dios y a la auténtica sabiduría de la vida. El libro del Eclesiástico nos ofrece una sabia lección: para conocer cómo es una persona, en lugar de fiarnos de su apariencia, primero tenemos que escucharla, para ver cómo razona. Se trata de la importancia de lo que decimos, de la palabra, como expresión de lo que somos.
Efectivamente, la palabra en el ser humano es tan importante porque en ella se expresa nuestros sentimientos y deseos; el amor y el odio; la verdad y la mentira; la exhortación y la calumnia. Con la palabra se mata la fama y la honra de otros y con la palabra se resucita a los que han sido calumniados. Sentencias llenas de sabiduría que no podemos menospreciar, y que son el fruto de la experiencia y la reflexión. La palabra dice lo que llevamos en el corazón.
Esto es fundamental en el contexto que vivimos, donde abundan las palabras. Los medios de comunicación, especialmente las redes sociales, nos aturden con palabras, que la mayoría de las veces son palabras huecas, sin ningún contenido; o bien, que van llenas de veneno, de maldad y que sólo sirven para hacer daño o destruir a las personas.
Profundizando y llevando a plenitud la sabiduría de la primera lectura, el evangelio de hoy nos presenta la parte final del “discurso del llano”, que hemos venido escuchando los domingos anteriores. Aquí Jesús nos ofrece tres lecciones fundamentales. La primera nos dice que el discípulo no es superior a su maestro. La segunda nos anima a corregirnos a nosotros antes de tratar de corregir a los demás. Y la tercera afirma que podemos conocer a las personas observando sus obras.
Jesús había observado bien a sus discípulos. Había visto cómo Judas Iscariote a veces actuaba como si estuviese por encima de Él, es decir, por encima de su Maestro, llegando incluso a venderle al Sanedrín. Y san Pedro pretendió corregirle, como pasó yendo de camino a Jerusalén, cuando le dijo a Jesús que no fuera allí porque le iban a matar. Y entonces Jesús se vio obligado a reprenderle. De ahí que Jesús dijera en el pasaje que hoy hemos escuchado, refiriéndose a los maestros en general: “No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro”.
Por otra parte, en tiempos de Jesús, como en la actualidad, la apariencia era muy importante. Pero la apariencia no es más que una careta que nos ponemos para ocultar lo que realmente somos. Quizás, esa careta nos la ponemos cuando entramos en la oficina para trabajar, cuando nos juntamos con nuestros amigos o cuando acudimos a Misa los domingos. Y al regresar a la intimidad de nuestro hogar nos la quitamos, y entonces volvemos a ser nosotros mismos. Es decir, la careta no es más que un engaño. Y éste, antes o después, acaba siendo descubierto.
Todos conocemos a personas muy preocupadas en perfeccionar su apariencia para dar una mejor imagen, intentando que no se note el engaño. Pero no sólo caen en esta tentación algunos políticos y personajes públicos: nosotros mismos también estamos tentados a hacerlo. Es decir, en lugar de esforzarnos en mejorar interiormente para ofrecer a los demás lo mejor de nosotros mismos, a veces, quizás, dedicamos ese esfuerzo en mejorar exteriormente, para así aparentar ser buenas personas.
Jesús sabía que eso era algo muy normal entre los personajes más prominentes de su época, tanto a nivel político como a nivel social y religioso. Y no quería que sus discípulos siguieran ese camino de falsedad. Quería que ellos fueran realmente buenas personas, sabias y caritativas, no que lo aparentaran. Deseaba eso no sólo porque lo oculto acaba conociéndose en algún momento, sino, sobre todo, porque quería que fueran auténticos santos que viviesen el Reino de Dios y lo difundiesen por el mundo.
También, Jesús observó que algunos de sus discípulos, en lugar de madurar interiormente, corrigiendo su propio egoísmo y sus otros defectos, preferían echar en cara a los demás sus errores. A estos discípulos Jesús les aconsejaba que primero se examinasen interiormente y que eliminasen las “vigas” que había en su corazón. Sólo así, con un corazón limpio, podrían vivir el Reino de Dios y ayudar a otros a madurar.
Pero sobre todo Jesús les advertía de que sólo viven el Reino de Dios aquellos que dan buenos frutos, es decir, las personas que hacen el bien a los demás. Y para dar buenos frutos de nada sirve la apariencia. Todos sabemos por experiencia que, por mucho que una persona aparente ser caritativa, si en realidad es egoísta, se le nota claramente en algunos detalles de su vida cotidiana. Y asimismo, podemos ver fácilmente cuándo una persona es realmente caritativa. Basta con observar sus buenos frutos.
Que Dios los bendiga y los proteja.
Deja una respuesta