Lecturas del día 18 de Febrero de 2022
Primera Lectura
Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no la demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?
Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: “Que te vaya bien; abrígate y come”, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta.
Quizás alguien podría decir: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.
Tú crees, por ejemplo, que hay un solo Dios y haces bien; pero los demonios también creen eso y, sin embargo, tiemblan. ¿Quieres saber, hombre ignorante, por qué la fe sin obras es estéril? ¿Acaso nuestro padre Abraham no fue justificado por sus obras, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? Fíjate cómo su fe colaboraba con sus obras y por las obras se perfeccionaba su fe. Así se cumplió lo que dice aquel pasaje de la Escritura: Abraham tuvo fe en Dios y eso le valió la justificación, y por eso se le llamó “amigo de Dios”.
Ya ven cómo la persona es justificada por las obras, no por la fe sola. Pues así como un cuerpo que no respira es un cadáver, la fe sin obras está muerta.
Salmo Responsorial
R. (cf. 1b) Dichoso quien ama de corazón los mandatos del Señor.
Dichosos los temen al Señor
y aman de corazón sus mandamientos;
poderosos serán sus descendientes.
Dios bendice a los hijos de los buenos. R.
R. Dichoso quien ama de corazón los mandatos del Señor.
Fortuna y bienestar habrá en su casa,
siempre obrarán conforme a la justicia.
Quien es justo, clemente y compasivo,
como una luz en las tinieblas brilla. R.
R. Dichoso quien ama de corazón los mandatos del Señor.
Quienes, compadecidos, prestan
y llevan su negocio honradamente
jamás se desviarán;
vivirá su recuerdo para siempre. R.
R. Dichoso quien ama de corazón los mandatos del Señor.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
A ustedes los llamo amigos, dice el Señor,
porque les he dado a conocer
todo lo que le he oído a mi Padre.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre, entre los santos ángeles”.
Y añadió: “Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto primero que el Reino de Dios ha llegado ya con todo su poder”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
El evangelio que hemos escuchado hoy es continuación inmediata del de ayer, con lo cual, las palabras de Jesús hoy están íntimamente relacionadas con las de ayer. A propósito de la identidad de Jesús, ser el Mesías, Él mismo nos explicaba ayer en qué consiste su mesianismo: entregar su vida. Pues bien, hoy pasamos de la identidad de Jesús a la identidad de sus seguidores y seguidoras.
Jesús nos ha convencido de que seguirle a Él es lo mejor que nos puede ocurrir en la vida. Este seguir a Jesús lo debemos traducir por “el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará”. Que fue lo que le sucedió a Jesús. Le mataron por ser fiel a su Buena Noticia, y no desdecirse del mensaje que nos había traído y así entregó su vida por amor a nosotros. Le cargaron con su cruz y murió en ella. Pero ese no fue el final. Al tercer día resucitó, salvó su vida.
Desde aquí entendemos mejor las palabras que nos dirige Jesús hoy: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Nuestra cruz debe tener los mismos motivos que la que cargó Jesús: vivir el evangelio, vivir el “ámense unos a otros como yo los he amado”. Jesús nos lo advierte. Salvar la vida, ser felices… no va por el camino de “ganar el mundo entero”, algo que nos lleva a la ruina, sino por el camino de Jesús, el de la entrega, el de la cruz y la resurrección a la vida de total felicidad.
En la sociedad de hoy podemos encontrar muchos ejemplos de lo que nos propone Jesús en el evangelio.
Personas y momentos de nuestras vidas que encontramos vacíos, a pesar de tenerlo todo a los ojos del mundo y de la sociedad o, incluso, después de haber logrado algo que llevábamos tiempo anhelando; y nos preguntamos: ¿qué me falta que no soy feliz? El hastío existencial se expresa en esa angustiosa pregunta: ¿de qué sirve?; y todo a nuestro alrededor parece perder el color.
Jesús habla con claridad y nos pide hacer opción, repensar nuestras actitudes y poner nuestra vida en consonancia con nuestra fe, con nuestra adhesión a Él y a su Evangelio. No se puede estar entre dos aguas. Pero dice aún más, nos da una clave: “Quien quiera salvar su vida, la perderá”. Y esto, ¿por qué? Porque hemos sido creados para entregar la vida. Este es el sentido de nuestra vida: darla. Por eso, reservándonos no hacemos otra cosa que traicionar la razón por la que estamos aquí. Guardándonos y encerrándonos egoístamente en nosotros mismos traicionamos a Dios que nos exhorta al amor, pero con Él, nos traicionamos a nosotros mismos, truncamos el sentido de nuestro ser, nos hacemos infelices.
Jesús nos está invitando a seguirle y eso significa asumir el riesgo de una vida que no se reserva, que se da, como se dio Él, en la certeza de que es más fuerte el amor que la muerte; que la cruz, que no niega y que nos invita a cargar como Él cargó, no tiene la última palabra y es una cruz gloriosa, que nos lleva a la vida; que este Jesús muerto en cruz es el Cristo resucitado. Sólo así podemos acoger esta invitación a perder nuestras vidas, con la confianza de que no es un suicidio absurdo ni masoquista, sino que tiene una perspectiva que es de vida, de dar fruto, como el grano de trigo.
Es importante darse cuenta de un detalle: Jesús habla primero de su destino, y sólo después anima a sus discípulos a hacer lo mismo. El que le ha afirmado con su llamada, les pide luego negarse a sí mismos. El que les ha mostrado la belleza del Evangelio, les pide después perder su vida por ello. El que les a abierto las puertas del Reino, les invita a darlo todo para abrirle caminos a ese Dios que quiere llegar a todos.
Que Dios los bendiga y los proteja
Deja una respuesta