Lecturas del día 6 de Febrero de 2022
Primera Lectura
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor, sentado sobre un trono muy alto y magnífico. La orla de su manto llenaba el templo. Había dos serafines junto a él, con seis alas cada uno, que se gritaban el uno al otro:
“Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos;
su gloria llena toda la tierra”.
Temblaban las puertas al clamor de su voz y el templo se llenaba de humo. Entonces exclamé:
“¡Ay de mí!, estoy perdido,
porque soy un hombre de labios impuros,
que habito en medio de un pueblo de labios impuros,
porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.
Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca, diciéndome:
“Mira: Esto ha tocado tus labios.
Tu iniquidad ha sido quitada
y tus pecados están perdonados”.
Escuché entonces la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?” Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”.
Salmo Responsorial
R. (1c) Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
De todo corazón te damos gracias,
Señor, porque escuchaste nuestros ruegos.
Te cantaremos delante de tus ángeles,
te adoraremos en tu templo. R.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Señor, te damos gracias
por tu lealtad y por tu amor:
siempre que te invocamos nos oíste
y nos llenaste de valor. R.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Que todos los reyes de la tierra te reconozcan,
al escuchar tus prodigios.
Que alaben tus caminos,
porque tu gloria es inmensa. R.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Tu mano, Señor, nos podrá a salvo,
y así concluirás en nosotros tu obra.
Señor, tu amor perdura eternamente;
obra tuya soy, no me abandones. R.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Segunda Lectura
Hermanos: Les recuerdo el Evangelio que yo les prediqué y que ustedes aceptaron y en el cual están firmes. Este Evangelio los salvará, si lo cumplen tal y como yo lo prediqué. De otro modo, habrán creído en vano.
Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron. Más tarde se le apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles.
Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol. Sin embargo, por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí; al contrario, he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo. De cualquier manera, sea yo, sean ellos, esto es lo que nosotros predicamos y esto mismo lo que ustedes han creído.
O bien:
I Cor 15, 3-8. 11
Hermanos: Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron. Más tarde se le apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles.
Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. De cualquier manera, sea yo, sean ellos, esto es lo que nosotros predicamos y esto mismo lo que ustedes han creído.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Síganme, dice el Señor,
y yo los haré pescadores de hombres.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
Quizás sea el ambiente de la sociedad en que vivimos, con el materialismo, el consumismo el presentismo, la inmediatez tecnológica y la comodidad, la riqueza y el poder como ideales para nuestra vida, pero parece que las grandes preguntas sobre la existencia humana y el sentido de la vida (el sentido de mi vida) han perdido la importancia que merece. Seguramente ya es bastante con sobrevivir cada día en medio de la vorágine de problemas y situaciones difíciles. Aún así ¿para qué luchar? ¿para qué sobrevivir? En cualquier situación, la cuestión es: ¿Qué sentido tiene vivir? o ¿qué sentido tiene sobrevivir?
Estas mismas preguntas debemos planteárnoslas como creyentes, como cristianos y cristianas. ¿Qué sentido tiene nuestra fe? O, dicho de otra manera, ¿por qué nuestra fe le da sentido a nuestra vida? Las lecturas de este domingo nos llevan a reflexionar sobre estas cuestiones en clave de Dios. Dios tiene un proyecto y un plan, un sueño, para cada uno de nosotros. Planes, proyectos y sueños que cargan de sentido nuestro tiempo, nuestros esfuerzos, nuestro proyecto vital y nuestro día a día. Planes que nos hacen sus colaboradores para que su presencia de sentido llegue tanto a los que buscan como a los que se han olvidado de buscar.
Las tres lecturas de hoy nos hablan de vocación, del llamado que Dios hace a todas las personas y la misión que nos encomienda. La vocación de Isaías y Pablo, así como la elección de Simón Pedro como “pescador de hombres” nos sitúan frente a la cuestión a la que cada uno de los bautizados en nuestro propio ámbito estamos llamados a responder. Dios pregunta, ¿quién será mi voz en el mundo? Dirigiéndonos directamente a cada uno y a cada una la pregunta. Esperando nuestra respuesta.
El llamado de Dios se nos presenta en la vida cotidiana. Pedro y sus compañeros han regresado de su trabajo, han estado pescando toda la noche. Están cansado y frustrados porque no han obtenido el resultado que esperaban: “hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada”. Así mismo Dios nos llama a nosotros; en medio de nuestros afanes, fatigas y frustraciones cotidianas. Allí el Señor nos dice: “Leva la barca mar adentro y echen las redes para pescar”.
El llamado se da también en un ámbito de libertad, Dios jamás se impone, aunque sepa, como Creador y Señor, cuál sería lo mejor para cada uno de nosotros, cómo realmente nuestra vida se llenaría de vida y de sentido. Dios nos invita, nos propone un proyecto. En nosotros está aceptar o no. Y aquí no valen excusas. De eso nos da ejemplo Pedro cuando, después de quejarse que no ha pescado nada, dice: “confiado en tu palabra, echaré las redes”.
Dios nos llama tal como somos. Él no busca ni llama a personas “perfectas”, inmaculadas y santas. Él llama a personas de carne y hueso, frágiles, con muchas limitaciones y defectos. Conoce nuestras limitaciones y pecados y cuenta con ello, como lo hace con Isaías, Simón Pedro y Pablo, que se reconocen indignos. Él se encargará que nuestros errores convivan con nuestros aciertos… siempre que echemos las redes en su nombre, es decir, siempre que en el centro de nuestro servicio, de nuestra misión, de nuestra solidaridad o nuestra predicación, le pongamos a Él, no a nosotros mismos.
Así pues, cuando se trata de dar un sentido, una misión, una vocación, un plan, un proyecto, un para qué, un por qué y un cómo a nuestra vida, Dios cuenta con nosotros, con quien somos, con cómo somos, con nuestras limitaciones, pero también con nuestras capacidades, talentos, habilidades y dones. Por eso cuando da una misión a Pedro y aquellos pescadores, los convierte en “pescadores de hombres”, como imagen de que siendo quien son, los transforma y recrea para ser quiénes están llamados a ser.
Todos los bautizados y bautizadas estamos llamados a ser colaboradores de Dios, a ir en su lugar y ser palabras de su Palabra, a echar las redes en su nombre para transformar nuestro mundo con el mensaje del Evangelio; a adentrarnos “mar adentro” en nuestra sociedad para ser presencia de Dios, poniéndole a Él y su presencia en el centro de nuestra vida. Así, nuestra vida se llenará de sentido y contribuiremos a que los demás también den sentido a sus vidas. Al llamado del Señor, ¿cuál es su respuesta?
Que Dios los bendiga y los proteja.
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