Lecturas del día 15 de Enero de 2022
Primera lectura
Había un hombre de la tribu de Benjamín, llamado Quis. Era de gran valor. Tenía un hijo llamado Saúl, joven y de buena presencia. Entre los israelitas no había nadie más apuesto que él. Era el más alto de todos y ninguno le llegaba al hombro.
Un día se le perdieron las burras a Quis y éste le dijo a su hijo Saúl: “Toma contigo a uno de los criados y vete a buscar las burras”. Recorrieron los montes de Efraín y la región de Salisá, pero no las encontraron; atravesaron el territorio de Saalín y no estaban allí; después, la tierra de Benjamín y tampoco las hallaron. Entonces se dirigieron a la ciudad donde vivía Samuel, el hombre de Dios. Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le dijo: “Éste es el hombre de quien te he hablado. Él gobernará a mi pueblo”.
Saúl se acercó a Samuel, que se encontraba en la puerta de la ciudad, y le dijo: “Indícame, por favor, dónde está la casa del vidente”. Samuel le respondió: “Yo soy el vidente. Sube delante de mí al lugar sagrado y quédate a cenar conmigo. Mañana temprano te despediré, después de decirte todo lo que está en tu corazón”.
Al día siguiente, muy temprano, Samuel tomó el cuerno donde guardaba el aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl. Después lo besó y le dijo: “El Señor te ha ungido como jefe de Israel, su pueblo. Tú reinarás sobre el pueblo del Señor y lo librarás de los enemigos que lo rodean”.
Salmo Responsorial
R. (2a) De tu poder, Señor, se alegra el rey.
De tu poder, Señor, se alegra el rey,
con el triunfo que le has dado.
Le otorgaste lo que él tanto anhelaba,
no rechazaste el ruego de sus labios. R.
R. De tu poder, Señor, se alegra el rey.
Lo colmaste, Señor, de bendiciones,
con oro has coronado su cabeza
La vida te pidió, tú se la diste,
una vida por siglos duradera. R.
R. De tu poder, Señor, se alegra el rey.
Tu victoria, Señor, le ha dado fama,
lo has cubierto de gloria y de grandeza.
Sin cesar le concedes tus favores
y lo colmas de gozo en tu presencia. R.
R. De tu poder, Señor, se alegra el rey.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
El Señor me ha enviado
para llevar a los pobres la buena nueva
y anunciar la liberación a los cautivos.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a caminar por la orilla del lago; toda la muchedumbre lo seguía y él les hablaba. Al pasar, vio a Leví (Mateo), el hijo de Alfeo, sentado en el banco de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron a la mesa junto con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que lo seguían. Entonces unos escribas de la secta de los fariseos, viéndolo comer con los pecadores y publicanos, preguntaron a sus discípulos: “¿Por qué su maestro come y bebe en compañía de publicanos y pecadores?”
Habiendo oído esto, Jesús les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
¡Cuántas veces nos hemos encontrado con este Evangelio! Sin duda es uno de los pasajes que, al leerlos, pensamos que ya los conocemos de memoria. Pero no caigamos en esa tentación y dejemos que esta Palabra viva, dinámica y eficaz se actualice hoy en nuestra vida. Apliquemos esta Palabra a nuestra vida, para que toda ella se ilumine.
Aparentemente es un día más en la vida de Mateo: sentado al mostrador de los impuestos, contando las monedillas, pendiente de sacar algún provecho en sus negocios y cuidando escrupulosamente sus intereses. Mateo es un publicano, recaudador de impuestos para el gobierno romano de ocupación, con ganancias injustas para su provecho personal; es considerado por su propio pueblo como pecador, persona sin Dios, enemigo del pueblo.
Pero no será un día cualquiera para Mateo; este es el día de gracia, el día de salvación; es el día del paso de Jesús por su vida. Y en este punto los tres evangelios sinópticos coinciden: Jesús lo vió… Jesús le dijo: “sígueme”… Mateo se levantó y lo siguió.
Y después de haber pasado por las orillas de la vida de este hombre, va más adentro, llega a su casa. Al lugar de su descanso, donde banquetea y comparte con gente de su clase. Pero Jesús no viene sólo; con Él vienen sus discípulos y… otros tantos publicanos y pecadores que lo siguen. Mateo abre las puertas de su casa, de su vida, invita a este banquete a los que estaban en las encrucijadas, al borde del camino y la sala se llena de invitados.
Mateo pasa de estar sentado al mostrador de los impuestos a estar sentado a la mesa de la fraternidad compartiendo casa y comida. Se siente acogido en la casa donde comparten la mesa con Jesús: pecadores, gente de mala fama, discípulos, recaudadores.
Sí, Mateo apuesta todo por este nuevo “negocio”; ya no permanecerá sentado, detrás del mostrador sino que recorrerá largos caminos siguiendo al Maestro; ya no buscará sus propios intereses sino los intereses del Reino de Dios; ya no contará monedas ni escribirá los impuestos y deudas de su pueblo sino que proclamará la Buena Noticia del Dios-con-nosotros. No será el solitario publicano que ofrece banquetes para llenar silencios y vacíos de su vida sino el gozoso discípulo invitado al Banquete del Cordero.
¿Una mirada, tan sólo una mirada, del Señor puede hacer tanto en nosotros? ¿Una palabra del Señor puede levantarnos de donde estamos y transformar nuestra vida? Así es, Él puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros. Porque cuando Él se acerca a nosotros, nos mira y nos habla lo hace con amor. El amor de Dios es capaz de transformar radicalmente nuestra vida.
Abrámosle nuestro corazón y dejémonos mirar por Él. Escuchemos su palabra y dejemos que ella actúe en nosotros. Dejemos que Jesús nos mire y escuchemos: Sígueme.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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