Lecturas del 16 de diciembre de 2021
Primera Lectura
“Alégrate, tú, la estéril, que no dabas a luz;
rompe a cantar de júbilo,
tú que no habías sentido los dolores de parto;
porque la abandonada tendrá más hijos que la casada,
dice el Señor.
Ensancha el espacio de tu tienda,
despliega sin miedo las lonas,
alarga las cuerdas, clava bien las estacas,
porque te extenderás a derecha y a izquierda:
tu estirpe heredará las naciones
y poblará las ciudades desiertas.
No temas, porque ya no tendrás que avergonzarte;
no te sonrojes, pues ya no te afrentarán;
antes bien, olvidarás la vergüenza de tus años jóvenes
y no volverás a recordar el deshonor de tu viudez.
El que te creó, te tomará por esposa;
su nombre es ‘Señor de los ejércitos’.
Tu redentor es el Santo de Israel;
será llamado ‘Dios de toda la tierra’.
Como a una mujer abandonada y abatida
te vuelve a llamar el Señor.
¿Acaso repudia uno a la esposa de la juventud?,
dice tu Dios.
Por un instante te abandoné,
pero con inmensa misericordia te volveré a tomar.
En un arrebato de ira
te oculté un instante mi rostro,
pero con amor eterno me he apiadado de ti,
dice el Señor, tu redentor.
Me pasa ahora como en los días de Noé:
entonces juré que las aguas del diluvio
no volverían a cubrir la tierra;
ahora juro no enojarme ya contra ti
ni volver a amenazarte.
Podrán desaparecer los montes
y hundirse las colinas,
pero mi amor por ti no desaparecerá
y mi alianza de paz quedará firme para siempre.
Lo dice el Señor, el que se apiada de ti”.
Salmo Responsorial
R.(2a) Te alabaré, Señor, eternamente.
Te alabaré, Señor, pues no dejaste
que se rieran de mí mis enemigos.
Tu, Señor, me salvaste de la muerte
y a punto de morir, me reviviste. R.
R. Te alabaré, Señor, eternamente.
Alaben al Señor quienes lo aman,
den gracias a su nombre,
porque su ira dura un solo instante
y su bondad, toda la vida.
El llanto nos visita por la tarde;
por la mañana, el júbilo. R.
R. Te alabaré, Señor, eternamente.
Escúchame, Señor, y compadécete;
Señor, ven en mi ayuda.
Convertiste mi duelo en alegría,
te alabaré por eso eternamente. R.
R. Te alabaré, Señor, eternamente.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos,
y todos los hombres verán al Salvador.
R. Aleluya.
Evangelio
Cuando se fueron los mensajeros de Juan, Jesús comenzó a hablar de él a la gente, diciendo: “¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido con telas preciosas? Los que visten fastuosamente y viven entre placeres, están en los palacios. Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Sí, y yo les aseguro que es más que profeta. Es aquel de quien está escrito: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Yo les digo que no hay nadie más grande que Juan entre todos los que han nacido de una mujer. Y con todo, el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él”.
Todo el pueblo que lo escuchó, incluso los publicanos, aceptaron el designio de justicia de Dios, haciéndose bautizar por el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los escribas no aceptaron ese bautismo y frustraron, en su propio daño, el plan de Dios.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
Después de la respuesta que da a los enviados de Juan el Bautista, más con sus obras que con sus palabras, Jesús hace un elogio hermoso de Juan. Si ponemos atención al tono y al contenido de las palabras nos daremos cuenta del cariño y la admiración que Jesús sentía por Juan. Pone de manifiesto públicamente que se trata de un profeta excepcional, por la austeridad de su vida, por la energía de sus denuncias, por su fidelidad a la tradición profética, por su testimonio acerca de la inminente llegada del Mesías.
Las palabras de Jesús resuenan en nuestro corazón porque el Adviento es tiempo de profetas. Todo profeta es capaz de responder las preguntas más difíciles que nos hacemos en la vida. Por ello, son imprescindibles. Hoy, como en los tiempos de Jesús, siguen siendo una novedad tan rara que hay que salir al desierto para encontrarnos con ellos. El evangelio fija hoy nuestra mirada sobre el elogio de Jesús a Juan el Bautista, el profeta-precursor. Ese elogio, además, recoge algunos de los rasgos que, según el Jesús, permiten reconocer al auténtico profeta.
Un profeta jamás se rebaja a ser una débil caña agitada por cualquier viento, ni se enfunda ostentosos ropajes de lujo. No es voluble ni cambiante, como una veleta o como las modas. No se viste jamás de esplendores y riquezas. La pobreza ha sido siempre el hábito permanente de los profetas. Porque ésta se acredita siempre sobre la roca de la fidelidad y de la insobornable libertad.
Juan es no sólo profeta sino “más que profeta”, por su condición de precursor de Jesús, el Mesías esperado. Preceder es llegar antes, preparar el camino y, después, desaparecer. Juan el Bautista cumple así los requisitos que, para siempre, validan el rango del verdadero profeta. No es ni un entrometido que estorbe; ni juega a deslumbrar o a centrar sobre sí mismo las miradas; tampoco se considera insustituible. Asume que, inmediatamente detrás de él, viene “el más importante”.
Su misión es señalar el camino y hacerlo en la dirección correcta. Porque la corrupción de la misión del profeta puede darse por dos olvidos: el de señalar hacia Dios, al que se debe anunciar, y el de hacerlo ante las personas a las que se debe servir. En realidad, Dios y el ser humano están tan unidos que negar a uno de los dos es engaño. El oficio de Juan Profeta genera la espiritualidad de los “ojos abiertos” para verlo todo y reconocer en medio de la maraña de la realidad al Mesías esperado.
Sin embargo, Juan, ya no pertenece a la nueva etapa inaugurada por Jesús. Ha preparado solícitamente su venida, quizá incluso lo ha acogido un tiempo entre sus propios discípulos; y no obstante hay en el mensaje del Evangelio una perspectiva completamente distinta de la que caracterizaba a Juan: “el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él”, declaró el mismo Jesús. El bautismo en el Jordán, en el que ha culminado la misión de Juan respecto de Jesús, ha sido el escenario de la primera revelación pública de su identidad con relación a Dios.
A partir de ahí Jesús inicia su propia misión de predicador del evangelio del Reino, que ha comenzado a hacerse presente con Él. El pueblo, la gente sencilla, que ya aceptaba a Juan, parece aceptar ahora también a Jesús, a diferencia de los fariseos y doctores de la ley, que no aceptaban ni a uno ni a otro. No acogieron ni al asceta ni al que “comía y bebía con pecadores”. No han sabido reconocer la sabiduría del plan de Dios.
Las preguntas que Jesús hace en el evangelio de hoy podemos aplicarlas a nosotros: ¿Qué salimos nosotros a buscar en este Adviento y en esta Navidad? ¿Qué contemplan nuestros ojos y acoge nuestro corazón? ¿Con cuánta apertura, sencillez y amor nos acercamos al misterio de Dios hecho Niño?
Que Dios los bendiga y los proteja.
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