Lecturas del día 15 de Diciembre de 2021
Primera Lectura
“Yo soy el Señor y no hay otro.
Yo soy el artífice de la luz
y el creador de las tinieblas,
el autor de la felicidad y el hacedor de la desgracia;
yo, el Señor, hago todo esto.
Dejen, cielos, caer su rocío
y que las nubes lluevan la justicia;
que la tierra se abra y haga germinar la salvación
y que brote juntamente la justicia.
Yo, el Señor, he creado todo esto”.
Esto dice el Señor,
el que creó los cielos,
el mismo Dios que plasmó y consolidó la tierra;
él no la hizo para que quedara vacía,
sino para que fuera habitada:
“Yo soy el Señor y no hay otro.
¿Quién fue el que anunció esto desde antiguo?
¿Quién lo predijo entonces?
¿No fui yo, el Señor?
Fuera de mí no hay otro Dios.
Soy un Dios justo y salvador
y no hay otro fuera de mí.
Vuélvanse a mí y serán salvados,
pueblos todos de la tierra,
porque yo soy Dios y no hay otro.
Lo juro por mí mismo,
de mi boca sale la verdad,
las palabras irrevocables:
ante mí se doblará toda rodilla
y por mí jurará toda lengua, diciendo:
‘Sólo el Señor es justo y poderoso’.
A él se volverán avergonzados
todos los que lo combatían con rabia.
Gracias al Señor, triunfarán gloriosamente
todos los descendientes de Israel’’.
Salmo Responsorial
R. ¡Dejen, cielos, caer su rocío y que las nubes lluevan al justo!
Escucharé las palabras del Señor,
palabras de paz para su pueblo santo.
Está ya cerca nuestra salvación
y la gloria del Señor habitará en la tierra. R.
R. ¡Dejen, cielos, caer su rocío y que las nubes lluevan al justo!
La misericordia y la verdad se encuentran,
la justicia y la paz se besaron,
la fidelidad brotó en la tierra
y la justicia vino del cielo. R.
R. ¡Dejen, cielos, caer su rocío y que las nubes lluevan al justo!
Cuando el Señor nos muestre su bondad,
nuestra tierra producirá su fruto.
La justicia le abrirá camino al Señor
e irá siguiendo sus pisadas. R.
R. ¡Dejen, cielos, caer su rocío y que las nubes lluevan al justo!
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Levanta tu voz para anunciar la buena nueva:
ya viene el Señor, nuestro Dios, con todo su poder.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Cuando llegaron a donde estaba Jesús, le dijeron: “Juan el Bautista nos ha mandado a preguntarte si eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro”.
En aquel momento, Jesús curó a muchos de varias enfermedades y dolencias y de espíritus malignos, y a muchos ciegos les concedió la vista. Después contestó a los enviados: “Vayan a contarle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso el que no se escandalice de mí”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
La misión de Juan el Bautista era prepararle el camino al Mesías, preparar a la gente para recibir los tiempos mesiánicos. Juan es el Precursor y había desempeñado bien su misión. Sin embargo, su idea del Mesías era algo distinta de la que mostraba Jesús. Juan creía que el Mesías pronto pondría las cosas en su punto y para ello había que cortar el árbol seco o inútil, sin frutos, sin dilación. Entendía la misión del Mesías como la de quien impone la justicia. Una justicia justiciera. Probablemente el mismo Juan pensaba igual que el pueblo judío en relación al Mesías esperado.
Pero lo que Jesús decía y hacía era algo distinto. No era el caudillo político y militar, sino que su mensaje era de amor, de compasión, de misericordia. Su justicia era llevar a todos la salvación, mostrando a un Dios que es Padre misericordioso. En fin, la personalidad, el mensaje y las acciones de Jesús no concordaban con la imagen del Mesías esperado. Por eso Juan envía a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús si Él era el Mesías o debían esperar a otro.
Por su parte, Jesús sí tiene claro cuál es su misión y cómo debe realizarla. Jesús tiene claro, según el anuncio de los profetas, cómo son los tiempos mesiánicos. Por eso, su respuesta está en sintonía con la profecía de Isaías que define las acciones del Mesías como: curar a los diversos enfermos, a los ciegos, los inválidos, los leprosos, los sordos, los muertos y predicar la buena noticia a los pobres. Eso es justamente lo que está haciendo Jesús.
De ahí que Jesús no responda con palabras, con doctrinas ni discursos teológicos, sino que lo hace con las obras: “en aquel momento, Jesús curó a muchos de varias enfermedades y dolencias y de espíritus malignos, y a muchos ciegos les concedió la vista”. Sus acciones son el mejor testimonio de quién es Él: “Vayan a contarle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.
Finaliza la respuesta con una contundente afirmación: “Dichoso el no se escandalice de mi”. Esta afirmación es importante para nosotros, porque muchas veces tendemos a encerrar a Dios en nuestros parámetros, en nuestros esquemas mentales, y no dejamos a Dios ser Dios. Nos volvemos incapaces de descubrir en nuestra vida cotidiana las acciones de Dios; o bien, nos escandalizamos de que Dios actúa de esa manera. Por eso Jesús proclama dichoso a aquellos que son capaces comprender su mensaje y sus acciones.
En este tiempo de Adviento se nos llama a reconocer al Señor tanto en su Palabra como en sus obras. Las obras de Dios ocurren en nuestra vida cotidiana, las cuales podemos verlas con ayuda de la Palabra de Dios. Nosotros vivimos en los tiempos mesiánicos y los signos de estos tiempos están ante nuestros ojos; pero a veces los agobios de la vida o la superficialidad y dispersión en que vivimos nos vuelven incapaces de descubrirlos.
La liturgia no es un “juego sagrado”, y la Iglesia nos da este tiempo de Adviento porque quiere que cada creyente reanime en el Señor la virtud de la esperanza en su vida. Frecuentemente, la perdemos porque confiamos demasiado en nuestras fuerzas y no queremos reconocernos “enfermos”, necesitados de la mano sanadora del Señor. Cuando nos reconocemos frágiles y necesitados de salvación es cuando comenzamos a abrirnos a la salvación que Dios nos ofrece y a descubrirla en nuestra vida cotidiana.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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