diciembre 10, 2021 in Evangelios

Lecturas del 10 de Diciembre de 2021

Primera Lectura

2 Tm 4, 9-17

Querido hermano: Haz lo posible por venir a verme cuanto antes, pues Dimas, prefiriendo las cosas de este mundo, me ha abandonado y ha partido a Tesalónica. Crescencio se fue a Galacia, y Tito, a Dalmacia. El único que me acompaña es Lucas. Trae a Marcos contigo, porque me será muy útil en mis tareas. A Tíquico lo envié a Éfeso.

Cuando vengas, tráeme el abrigo que dejé en Tróade, en la casa de Carpo. Tráeme también los libros y especialmente los pergaminos.

Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho daño. El Señor le dará su merecido. Cuídate de él, pues se ha opuesto tenazmente a nuestra predicación.

La primera vez que me defendí ante el tribunal, nadie me ayudó. Todos me abandonaron. Que no se les tome en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos.

Salmo Responsorial

Salmo 144, 10-11. 12-13. 17-18

R. (12a) Señor, que todos tus fieles te bendigan. 
Que te alaben, Señor, todas tus obras
y que todos tus fieles te bendigan.
Que proclamen la gloria de tu reino
y den a conocer tus maravillas.
R. Señor, que todos tus fieles te bendigan.
Que muestren a los hombres tus proezas,
el esplendor y la gloria de tu reino.
Tu reino, Señor, es para siempre
y tu imperio, por todas las generaciones.
R. Señor, que todos tus fieles te bendigan.
Siempre es justo el Señor en sus designios
y están llenas de amor todas sus obras.
No está lejos de aquellos que lo buscan;
muy cerca está el Señor, de quien lo invoca.
R. Señor, que todos tus fieles te bendigan.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Jn 15, 16

R. Aleluya, aleluya.
Yo los he elegido del mundo, dice el Señor,
para que vayan y den fruto y su fruto permanezca.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 10, 1-9

En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero ni morral ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’ ”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor

Reflexión

Hermanas y hermanos

De las peores enfermedades que una persona puede padecer está la no emoción, el no emocionarse con nada ni con nadie. Estar condenado a la indiferencia, a la apatía, a la desconfianza ante cualquier realidad. Todo para esa persona es plano, gris.  Se vuelve incapaz de disfrutar la vida.

Jesús en el evangelio de hoy se queja justamente de que su generación “padece” el mal de la no emoción. La compara a esos niños que cuando han tocado música de fiesta no bailan, no se emocionan, y cuando han tocado lamentaciones siguen con la misma postura, no lloran, no mueven ni un músculo de la cara. Ni la alegría ni la tristeza llega a ellos. Permanecen en su estado de reposo emocional.

Esto ocurre con personas que tienen el corazón duro.  Personas que son incapaces de la empatía, incapaces de aceptar los cambios que regeneran la vida, incapaces de dejarse moldear por la ternura que la infancia puede hacernos despertar.  La dureza de corazón, que suele ir acompañada de individualismo y egoísmo, vuelve a las personas incapaces de darse cuenta de lo que Dios hace por ellas, de los diversos modos en que Dios les habla y se hace presente en sus vidas.

Esta es la recriminación que Jesús hace a la generación de su tiempo, especialmente a las autoridades religiosas, que no escuchó a Juan el Bautista, ni su mensaje de conversión, y más bien lo acusaban de que tenía un demonio. Pero tampoco escucharon a Jesús, que invitaba a la alegría, al compartir, su mensaje era de amor y reconciliación; compartía su intimidad con Dios y sus hermanos. Todo lo que Jesús anunciaba y hacía no fue suficiente para ablandar los corazones de muchas personas de su pueblo, que lo consideraban un comilón y un borracho.

Ni reír, ni llorar son la actitud frente a la promesa y sabiduría de Dios. La insatisfacción generalizada y la ingratitud muestran una generación con un corazón de piedra. El reír y el llorar muestran al ser humano sabio, abierto a la Palabra de Dios y al sentido de felicidad que ofrece, abierto al compartir la vida que conmueve mi interior porque la fe me permite una cercanía a los sufrimientos y a las alegrías de los hermanos y hermanas.

Lamentablemente esa actitud se repite en muchas personas hoy.  Muchas personas, afanadas por las cosas materiales, se vuelven incapaces de descubrir la presencia de Dios en sus vidas.  Y tampoco se interesan por buscarle.  Otras personas, probablemente tengan la intención de buscar al Señor; pero son personas tibias, que se dejan absorber por la rutina, y la pasividad y la apatía les impiden entusiasmarse con la salvación que Dios les ofrece.  Personas con tal grado de dureza y apatía que no les conmueve el sufrimiento de sus hermanos ni las diversas situaciones que vive el mundo.

El evangelio de hoy es propicio para reflexionar sobre cómo vivimos nuestra vida; qué tanto nos dejamos afectar por las cosas que ocurren a nuestro alrededor.  Y desde esa sensibilidad, examinar cómo vivimos nuestra fe; con cuánto entusiasmo escuchamos a Dios; con cuánto interés buscamos cómo conocerle mejor.  O bien, cuánta apatía y tibieza hay en nuestro corazón; cuánta sordera e indiferencia muestro a la Palabra de Dios que me habla de muchas maneras.

Que el Señor nos conceda la gracia de tener un corazón sensible a las necesidades de los demás; sensible a la presencia de Dios en nuestra vida y capaz de acoger con entusiasmo su Palabra y su Reino.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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