Lecturas del día 4 de Diciembre de 2021
Primera Lectura
Esto dice el Señor Dios de Israel:
“Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén,
ya no volverás a llorar.
El Señor misericordioso, al oír tus gemidos,
se apiadará de ti y te responderá, apenas te oiga.
Aunque te dé el pan de las adversidades
y el agua de la congoja,
ya no se esconderá el que te instruye;
tus ojos lo verán.
Con tus oídos oirás detrás de ti una voz que te dirá:
‘Éste es el camino.
Síguelo sin desviarte,
ni a la derecha, ni a la izquierda’.
El Señor mandará su lluvia
para la semilla que siembres
y el pan que producirá la tierra
será abundante y sustancioso.
Aquel día, tus ganados pastarán en dilatadas praderas.
Los bueyes y los burros que trabajan el campo,
comerán forraje sabroso,
aventado con pala y bieldo.
En todo monte elevado y toda colina alta,
habrá arroyos y corrientes de agua
el día de la gran matanza,
cuando se derrumben las torres.
El día en que el Señor vende las heridas de su pueblo
y le sane las llagas de sus golpes,
la luz de la luna será como la luz del sol;
será siete veces mayor,
como si fueran siete días en uno’’.
Salmo Responsorial
R. (Is 30, 18) Alabemos al Señor, nuestro Dios.
Alabemos al Señor, nuestro Dios,
porque es hermoso y justo el alabarlo.
El Señor ha reconstruido Jerusalén
y a los dispersos de Israel los ha reunido.
R. Alabemos al Señor, nuestro Dios.
El Señor sana los corazones quebrantados
y venda las heridas,
tiende su mano a los humildes
y humilla hasta el polvo a los malvados.
R. Alabemos al Señor, nuestro Dios.
El puede contar el número de estrellas
y llama a cada una por su nombre.
Grande es nuestro Dios, todo lo puede;
su sabiduría no tiene límites.
R. Alabemos al Señor, nuestro Dios.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
El Señor es nuestro juez, nuestro legislador y nuestro rey;
él vendrá a salvarnos.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.
Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias. Les dijo: “Vayan en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
Hoy, cuando ya llevamos una semana dentro del itinerario de preparación para la celebración de la Navidad, ya hemos constatado que una de las virtudes que hemos de fomentar durante el Adviento es la esperanza. Pero no de una manera pasiva, como quien espera que pase el bus, sino una esperanza activa, que nos mueve a disponernos poniendo de nuestra parte todo lo que sea necesario para que Jesús pueda nacer de nuevo en nuestros corazones.
Pero debemos tratar de no conformarnos sólo con lo que nosotros esperamos, sino, sobre todo, ir a descubrir qué es lo que Dios espera de nosotros. Y el evangelio que hemos escuchado hoy es muy apropiado para eso. Comienza mostrándonos a Jesús que “recorría todas las ciudades y pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia”. El evangelista pretende mostrarnos que los tiempos mesiánicos han llegado. La esperanza de una transformación de la realidad y la acción de Dios en ella se ha cumplido.
Jesús no se queda inmóvil frente al sufrimiento de la gente, siente compasión y vive con intensidad la misión de predicar, enseñar y curar, es decir, de transmitir vida a quienes les hace falta. Esa misma compasión por aquellas multitudes que “andaban extenuadas y desamparadas como ovejas sin pastor” le movió a pedir a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Aquí comienza la implicación de aquellos discípulos en la misión de Jesús. Rogar al “dueño de la mies” no es sólo ponerse a rezar, sino tomar consciencia del dolor y sufrimiento que hay en el mundo; es mirar alrededor y darse cuenta de las necesidades de la gente.
Y, a partir de esta toma de consciencia, sentirse llamados a trabajar en esa mies. Es decir, continuar con la misión de Jesús. Él ha querido confiar en nosotros y quiere que en las muy diversas circunstancias respondamos a la vocación de convertirnos en apóstoles de nuestro mundo. La misión para la que Dios Padre ha enviado a su Hijo al mundo requiere de nosotros que seamos sus continuadores. En nuestros días también encontramos una multitud desorientada y desesperanzada, que tiene sed de la Buena Nueva de la Salvación que Cristo nos ha traído, de la que nosotros somos sus mensajeros. Es una misión confiada a todos.
Jesús llamó a los “Doce” discípulos, les dio autoridad y los envió. Sabemos que “los Doce” en el evangelio representan al nuevo pueblo de Dios, que somos todos los cristianos y cristianas. Por tanto, somos todos los seguidores y seguidoras de Jesús los que somos enviados. En efecto, Jesús libera y convierte en hombres y mujeres nuevos a sus discípulos para que, a su vez, sean liberadores, continuadores del anuncio de la Buena Noticia y de la obra liberadora de toda opresión. De aquí se deduce que el que no libera es porque no está liberado; el que no evangeliza es que no está evangelizado.
¿A quienes evangelizar? A todos, comenzando por los más cercanos, porque nos debemos más a ellos: “las ovejas descarriadas de Israel” ¿Qué mensaje transmitir? La Buena Noticia de momento, para que el anuncio se abra en círculos más amplios. Hemos de salir del Adviento más liberados y más liberadores.
Nosotros somos los nuevos apóstoles, que hemos recibido el envío misionero de Jesús y hemos sido investidos de su poder contra el mal. ¿Cómo vives esta dimensión apostólica de tu vocación cristiana? Nuestro mundo de hoy necesita escuchar, ver y sentir la presencia de Dios; sigue habiendo multitudes extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor. Nos toca orar como Jesús para que nunca falte en nuestro mundo personas que como Él dediquen su vida entera a hacer presente el Reino del Padre con palabras, gestos y acciones. Pero no sólo orar, que no es poco, también nos corresponde proclamar, curar, resucitar, es decir, dar gratis lo que hemos recibido gratis. No podemos quedarnos quietos, ni ser mezquinos. El que ha sido tocado por el amor, el que ha experimentado que el Reino de Dios es real y está presente en su vida y en la historia no puede vivir sino como vivió Jesús.
Que Dios los bendiga y los proteja.
Deja una respuesta