noviembre 26, 2021 in Evangelios

Lecturas del día 26 de noviembre de 2021

Primera Lectura

Del libro del Profeta Isaías 55, 6-9

Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal, sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que está siempre dispuesto al perdón.

Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son sus caminos, dice el Señor. Porque así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los de ustedes y mis pensamientos a sus pensamientos.

o Bien:

De la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 6, 2-14

Hermanos: Quienes hemos muerto al pecado, ¿Cómo vamos a seguir viviendo en él? Todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria de Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva. Porque, si hemos estado íntimamente unidos a él, por una muerte semejante a la suya, también lo estaremos en su resurrección. Sabemos que nuestro viejo yo fue crucificado con Cristo, para que el cuerpo del pecado quedara destruido, a fin de que ya sirvamos al pecado, pues el que ha muerto queda libre de pecado.

Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo , una vez resucitado de entre los muertos, ya nunca morirá. La muerte ya no tiene dominio sobre él, porque al morir, murió al pecado de una vez para siempre; y al resucitar, vive ahora para Dios. Lo mismo ustedes considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.

No dejen que el pecado domine su cuerpo mortal y los obligue a seguir sus malas inclinaciones; no pongan sus miembros al servicio del pecado, como instrumentos de maldad. Por el contrario, pónganse al servicio de Dios, puesto que habiendo estado muertos, él les ha dado la vida; pongan también sus miembros a su servicio, como instrumentos de santidad.

El pecado ya no volverá a dominarnos, pies viven ustedes bajo el régimen de la ley, sino bajo el régimen de la gracia.

Salmo Responsorial

Del salmo 102

R. El señor no nos trata según nuestros pecados.

Bendice al Señor, alma mía,

y todo lo que soy su santo nombre.

Bendice al Señor, alma mía,

y no eches al olvido sus favores.

R. El señor no nos trata según nuestros pecados.

Pues el Señor perdona tus pecados

y tus dolencias cura;

él recata tu vida del sepulcro

y te coma de amor y ternura.

R. El señor no nos trata según nuestros pecados.

El Señor es clemente y bondadoso,

lento al enojo, pronto a la indulgencia;

no está siempre acusando

ni su rencor por siglos alimenta.

R. El señor no nos trata según nuestros pecados.

Como desde la tierra al cielo,

así de grande es su amor para sus fieles;

aleja de nosotros nuestras faltas,

cuanto dista el oriente del poniente.

R. El señor no nos trata según nuestros pecados.

 

Aclamación antes Evangelio apoc 1,5

R. Aleluya, aleluya.

Señor Jesús, testigo fiel, primogénito de los muertos,

tu amor por nosotros es tan grande,

que has lavado nuestras culpas con su sangre.

R. Aleluya, aleluya.

 

Evangelio

Del Santo Evangelio según San Lucas 7, 36-50

En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó en la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies; los enjuagó con su cabellera, los besó y los ungió con perfume.

Viendo esto el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: “Si este hombre fuera profeta, sabría que clase de mujer es la que está tocando; sabría que es una pecadora“.

Entonces Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte“. El fariseo contestó: “Dímelo, Maestro“. Él le dijo: “Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. Cómo no tenían con qué pagarle, le perdonó la deuda a los dos.

¿Cuál de ellos lo amará más?“ Simón le respondió “Supongo que aquel a quien le perdonó más“.

Entonces Jesús le dijo: “Has juzgado bien“. Luego, señalando a la mujer , dijo a Simón: “Ves a esta mujer? Entré a tu casa y tú no le ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjuagado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza, ella, en cambio me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama.

Luego dijo a la mujer: “Tus pecados te han quedado perdonados“.

Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos: “¿Quién es este que hasta los pecados perdona?“ Jesús le dijo a la mujer: “Tu fe ha salvado; vete en paz“.

Palabra del Señor

 

Reflexión

Hermanas y hermanos

Nos encontramos en los últimos días del año litúrgico.  Y cuando un año está finalizando es importante, además de agradecer al Señor todas las bendiciones y beneficios recibidos, hacer un examen de conciencia sobre cómo hemos vivido ese año.  Es importante examinar cómo está nuestro caminar en la fe y nuestro seguimiento de Cristo.  Un examen sereno, pero sincero, que nos lleve a darnos cuenta qué cosas no hemos hecho bien y qué cosas debemos mejorar.  Y, sobre todo, pedir perdón al Señor, abriéndonos a su gracia para ser cada vez mejores cristianos.

En ese contexto se sitúa las Témporas Penitenciales que hoy celebramos.  Y la liturgia nos propone este hermoso pasaje del evangelio, donde una vez más contemplamos la misericordia de Dios en la persona de Jesús que acoge y perdona a la pecadora arrepentida.

Comienza la historia con la invitación que un fariseo hace a Jesús a comer en su casa.  Jesús acepta, va y se sienta a la mesa con el fariseo.  Probablemente los demás invitados serían fariseos o gente importante de la ciudad.  Aquí comienza la enseñanza de este pasaje evangélico: Jesús se relaciona con todo tipo de personas, sin importar su condición social y su situación moral.  Aquellas personas seguramente se creían muy santas y muy buenas; fieles cumplidores de las leyes y preceptos religiosos.

En la misma ciudad había una mujer pecadora pública. Al saber que Jesús estaba allí, cogió un frasco de alabastro de perfume, entró en la casa, se puso a los pies de Jesús a llorar, mojando sus pies con sus lágrimas y secándoselos con sus cabellos, ungió los pies de Jesús con el perfume y los besó. El fariseo, entretanto, ponía en entredicho la autoridad de Jesús. Pero Jesús, que conocía su pensamiento, no entró en discusiones teológicas ni morales con el fariseo, sino que, a través de una sencilla parábola, le mostró cómo es el corazón misericordioso de Dios.  Aprovechó aquella parábola para salir en defensa de la mujer comparando su actitud con la de él: la de ella llena de amor y arrepentimiento; la de él llena de soberbia y vanidad.

Aquella mujer hundida en el pecado era capaz de reconocer su situación, su pecado, pero también de amar.  El fariseo, en cambio, que se consideraba justo, era incapaz de amar y su corazón estaba lleno de soberbia y vanidad. Tras ello, Jesús hace una afirmación que parece la absolución tras una excelente confesión: “Le quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor”, dice dirigiéndose al fariseo, llamado Simón. Y a la mujer: “Tus pecados quedan perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz”.

Cuando hacemos un examen de conciencia sincero y revisamos nuestra vida cristiana, nos damos cuenta de lo lejos que nos encontramos de Dios y vemos cómo el pecado grave o menos grave nos domina. Entonces podemos sentir la tentación del desaliento y de la desesperación. Del desaliento en cuanto a sentirse uno incapaz de superar las propias limitaciones. De desesperación en cuanto a pensar que no se es digno del perdón misericordioso de Dios.  Es en esos momentos que debemos ponernos de rodillas, como la mujer del evangelio, y echarnos en brazos de la misericordia divina.

Dios siempre está dispuesto a perdonar, a olvidar, a renovar. Dios siempre nos espera con los brazos abiertos; siempre aguarda nuestro retorno; nada es demasiado grande para su misericordia. Nunca debemos permitir que la desconfianza en Dios tome prisionero nuestro corazón, pues entonces habríamos matado en nosotros toda esperanza de conversión y de salvación. La misericordia del Señor es eterna.  Y con esa confianza continuamos nuestro camino escuchando estas palabras: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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