noviembre 8, 2021 in Evangelios

Lecturas del 8 de Noviembre de 2021

Primera Lectura

Sab 1, 1-7

Amen la justicia, ustedes, los que gobiernan la tierra, piensen bien del Señor
y con sencillez de corazón búsquenlo.
El se deja hallar por los que no dudan de él
y se manifiesta a los que en él confían.

Los pensamientos perversos apartan de Dios,
y los insensatos, que quieren poner a prueba el poder divino,
quedan en ridículo.
La sabiduría no entra en un alma malvada,
ni habita en un cuerpo sometido al pecado.
El santo espíritu, que nos educa, y huye de la hipocresía,
se aleja de la insensatez
y es rechazado por la injusticia.

La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres,
pero no dejará sin castigo al que blasfema,
porque Dios conoce lo más íntimo del alma,
observa atentamente el corazón
y escucha cuanto dice la lengua.
El espíritu del Señor llena toda la tierra,
le da consistencia al universo
y sabe todo lo que el hombre dice.

Salmo Responsorial

Salmo 138, 1-3. 4-6. 7-8. 9-10

R. (24b) Condúceme, Señor, por tu camino.
Tú me conoces, Señor, profundamente:
tú conoces cuándo me siento o me levanto,
desde lejos sabes mis pensamientos,
tú observas mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
R. Condúceme, Señor, por tu camino.
Apenas la palabra está en mi boca
y ya, Señor, te la sabes completa.
Me envuelves por todas partes
y tienes puesta sobre mí tu mano.
Esta es una ciencia misteriosa para mí,
tan sublime, que no la alcanzo.
R. Condúceme, Señor, por tu camino.
¿A dónde iré yo lejos de ti?
¿Dónde escaparé de tu mirada?
Si subo hasta el cielo, allí estás tú;
si bajo al abismo, allí te encuentras.
R. Condúceme, Señor, por tu camino.
Si voy en alas de la aurora
o me alejo hasta el extremo del mar,
también allí tu mano me conduce
y tu diestra me sostiene.
R. Condúceme, Señor, por tu camino.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Flp 2, 15. 16

R. Aleluya, aleluya.
Iluminen al mundo con la luz del Evangelio
reflejada en su vida.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 17, 1-6

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No es posible evitar que existan ocasiones de pecado, pero ¡ay de aquel que las provoca! Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino sujeta al cuello, que ser ocasión de pecado para la gente sencilla. Tengan, pues, cuidado.

Si tu hermano te ofende, trata de corregirlo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si te ofende siete veces al día, y siete veces viene a ti para decirte que se arrepiente, perdónalo”.

Los apóstoles dijeron entonces al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor les contestó: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

El evangelio que acabamos de escuchar nos hace caer en la cuenta de tres aspectos que son pilares para una comunidad cristiana y que están íntimamente relacionados: el escándalo, el perdón y la fe.  Comencemos por el último, el de la fe: necesitamos alimentar nuestra fe en el Dios Padre de misericordia, que nos ha creado y nos ha hecho sus hijos e hijas; sólo desde esta mirada de fe, podemos sentir la fuerza y el deseo de vivir desde ese Amor y de sentir la necesidad de ser transformados por Él.

La fe es un don que recibimos el día de nuestro bautismo y que debemos seguir pidiendo todos los días.  Por eso los discípulos le piden a Jesús “auméntanos la fe”.  Pero esa fe hay que alimentarla y allí es donde está nuestra contribución.  La alimentamos cada vez que escuchamos atentamente la Palabra de Dios, cada vez que contemplamos con atención la persona de Jesús que aparece en el Evangelio, cada vez que vivimos con devoción la Eucaristía, cada vez que estamos atentos al modo como Dios se nos presenta en las cosas pequeñas y cotidianas de nuestra vida.  Nuestra fe se fortalece cada vez que nosotros hacemos algo para nuestro crecimiento espiritual.

Por otra parte, bajo la luz de la misericordia de Dios, necesitamos reconocer la parte de pecado que hay en cada uno de nosotros; ser conscientes de nuestras contradicciones e incoherencias, atrevernos a nombrarlas y reconocerlas, a pedir perdón por ellas, a trabajarlas, a dejar que el Espíritu Santo también trabaje en nosotros y a descubrirnos finalmente como pecadores perdonados y salvados; capaces, por ello, de perdonar también a los demás.  Se trata de ser consciente de nuestras debilidades y pecados, y cómo Dios nos perdona y nos ama así como somos.  Desde esta experiencia seremos capaces de aceptar a los demás tal como son y perdonar sus ofensas. Una vida que se ha dejado amasar por el amor y el perdón de Dios, es una vida capaz de perdonar a los demás.

Pero si nuestra vida se resiste a dejarse transformar; si nos instalamos en la arrogancia, en la prepotencia, en la rigidez frente a los otros. Si nuestro esfuerzo se centra en cuidar la “buena imagen” aunque nuestro corazón esté lleno de resentimiento y amarguras, la vida acaba convirtiéndose en “doble vida”. Es decir, una vida dividida y rota por los malos sentimientos que anidan en el corazón y por las amarguras que vamos arrastrando. Una vida que, si no se abre a un proceso de verdad y sanación, va destruyéndose y puede también destruir a aquellos que están cerca y que son más débiles: a esta capacidad de hacer daño y destruir se refiere Jesús cuando habla de “escandalizar a los pequeños” y ya sabemos lo duro que es con la persona que escandaliza: más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.

Y es que la cosa no es de broma: Hoy en día se habla mucho en los medios de comunicación de los escándalos políticos, económicos y también de la iglesia. Y nos referimos a situaciones que con frecuencia nos asombran y nos desconciertan porque se refieren a comportamientos de personas en las que habíamos puesto una cierta confianza porque su vida nos resultaba creíble, moralmente verdadera. Y, de repente, salen a la luz historias escondidas que nos sorprenden, que no esperábamos, que no concuerdan con la imagen, con frecuencia un poco idealizada, que nos habíamos hechos de estas personas. Situaciones que, a medida que se van destapando, nos permiten descubrir, escondidas, historias dolorosas de víctimas que son, casi siempre, personas muy vulnerables.

Pero no miremos hacia fuera, sino que meditemos en nuestra propia historia y en aquellas situaciones en las que hemos podido escandalizar a otras personas, cómo hemos podido influir negativamente sobre su proceso de vida y de fe.  Y desde esta revisión, perdonarnos a nosotros mismos y perdonar a aquellos que nos han hecho daño.  Todo desde la experiencia personal del amor y la misericordia de Dios.  Y concluyamos haciendo nuestra la petición de los discípulos: Señor auméntanos la fe.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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