noviembre 2, 2021 in Evangelios

Lecturas del día 2 de noviembre de 2021

Primera Lectura

Sab 3, 1-9

Las almas de los justos están en las manos de Dios
y no los alcanzará ningún tormento.
Los insensatos pensaban que los justos habían muerto,
que su salida de este mundo era una desgracia
y su salida de entre nosotros, una completa destrucción.
Pero los justos están en paz.

La gente pensaba que sus sufrimientos eran un castigo,
pero ellos esperaban confiadamente la inmortalidad.
Después de breves sufrimientos
recibirán una abundante recompensa,
pues Dios los puso a prueba
y los halló dignos de sí.
Los probó como oro en el crisol
y los aceptó como un holocausto agradable.

En el día del juicio brillarán los justos
como chispas que se propagan en un cañaveral.
Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos,
y el Señor reinará eternamente sobre ellos.

Los que confían en el Señor comprenderán la verdad
y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado,
porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos.

Salmo Responsorial

Salmo 22, 1-3. 4. 5. 6

R. (1) El Señor es mi pastor, nada me faltará.
El Señor es mi pastor, nada me falta;
en verdes praderas me hace reposar
y hacia fuentes tranquilas me conduce
para reparar mis fuerzas.
Por ser un Dios fiel a sus promesas,
Me guía por el sendero recto
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Así, aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Tú mismo preparas la mesa,
a despecho de mis adversarios;
me unges la cabeza con perfume
y llenas mi copa hasta los bordes.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán
todos los días de mi vida;
y viviré en la casa del Señor
por años sin término.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.

Segunda Lectura

Rom 5, 5-11

Hermanos: La esperanza no defrauda porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado.

En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado. Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.

Con mayor razón, ahora que ya hemos sido justificados por su sangre, seremos salvados por él del castigo final. Porque, si cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo, con mucho más razón, estando ya reconciliados, recibiremos la salvación participando de la vida de su Hijo. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.

 

Aclamación antes del Evangelio

Mt 25, 34

R. Aleluya, aleluya.
Vengan, benditos de mi Padre, dice el Señor;
tomen posesión del Reino preparado para ustedes
desde la creación del mundo.
R. Aleluya.

Evangelio

Jn 6, 37-40

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día’’.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

Hoy celebramos la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos.  Una celebración donde recordamos a todos los que nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección.  Por eso el evangelio que hemos escuchado nos recuerda que todos tenemos vida eterna en Cristo, porque Él ha venido al mundo para que nadie se pierda, sino que participemos de su resurrección.

La fe de los cristianos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y en su acción creadora, salvadora y santificadora, culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al final de los tiempos para la vida eterna. Por ello los justos, después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado, cuando Él los resucitará en el último día.

Efectivamente, como afirma San Pablo, si el Espíritu de aquel que ha resucitado a Cristo de entre los muertos habita en nosotros, así aquel que ha resucitado a Cristo de entre los muertos, dará la vida también a nuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu que habita en nosotros. Cristo es el principio y causa de nuestra futura resurrección.

Dios, que de hecho puede crear de la nada, puede también dar la resurrección, pues es Él mismo el que da la vida a los muertos y llama a la existencia lo que todavía no existe.  La Iglesia, ya desde sus mismos orígenes, vive con la convicción de su comunión con los difuntos y por ello ha mantenido con gran piedad la memoria de los difuntos, ofreciendo por ellos sus sufragios. Esto se afirma ya en el Antiguo Testamento: es una idea piadosa y sana rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado, nos dice el libro de Los Macabeos.

En este día podemos recordar la frase de un buen cristiano: “Dios no cumple siempre nuestros deseos, pero cumple siempre sus promesas”. Porque como nos dice San Pablo: “Dios tiene poder para cumplir lo que ha prometido”. Cuando conocemos a Dios, nos damos cuenta de que todas sus promesas coinciden con los deseos más profundos de los seres humanos. Recordemos, en este día de los difuntos, tres de nuestros deseos que se ven satisfechos por nuestro Padre Dios y su Hijo Jesús.

Uno de nuestros deseos es que nuestros seres queridos no mueran, permanezcan siempre a nuestro lado. El amor pide presencia, pide la presencia continua a nuestro lado de las personas a las que amamos. Pero este deseo nuestro no se cumple en este primer tiempo de nuestra existencia. De ahí nuestro sentimiento de dolor y sufrimiento ante la muerte-ausencia de los que amamos. Pero Dios, que cumple siempre sus promesas, nos asegura que este deseo nuestro se va a ver cumplido con la promesa fuerte de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida el que cree en mí no morirá para siempre”. Nosotros y nuestros seres queridos vamos a disfrutar en un segundo tiempo de la vida y para toda la eternidad.

Otro de los deseos que alberga nuestro corazón es vivir la plenitud y no la mediocridad. Estamos hechos para la plenitud y no para la mediocridad. ¿Quién no ha sentido en su corazón, en medio de tanta mediocridad que nos rodea, el deseo de plenitud en el amor, en la verdad, en la justicia? Jesús nos asegura que esas ansias de plenitud y de eternidad se van a realizar. Que el mal, el desengaño, el absurdo, la nada, la muerte, no van a tener la última palabra. “Y habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, donde el llanto y el dolor no van a existir”. Nuestro destino no es la muerte, sino la vida y la vida en plenitud.

Otro de nuestros más íntimos deseos es que se nos perdone siempre y que se nos ame siempre, con un amor incondicional. Jesús nos ha prometido que al final del primer tramo de nuestra vida nos vamos a encontrar con Él mismo. Es Él el que nos va a juzgar. Tenemos la gran suerte de que nos va a juzgar Jesús, el hijo de Dios, el que acoge y perdona a Pedro, a Pablo, a la Samaritana, a María Magdalena… a todo el que se acerca a Él, y que nos está esperando para darnos una buena noticia: “Vengan, benditos de mi Padre a disfrutar del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”.

En este día de los difuntos, volvamos a recordar e insistir en una de las grandes noticias que Jesús nos ha dado. Nuestra historia no termina en la nada, en el vacío, en la muerte. Nuestra vida termina bien. Estamos enrolados en una historia de salvación y no de perdición y de fracaso. Es la gran promesa de Cristo. Nos podemos fiar de Él.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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