Lecturas del día 1 de Noviembre de 2021
Primera Lectura
Yo, Juan, vi a un ángel que venía del oriente. Traía consigo el sello del Dios vivo y gritaba con voz poderosa a los cuatro ángeles encargados de hacer daño a la tierra y al mar. Les dijo: “¡No hagan daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que terminemos de marcar con el sello la frente de los servidores de nuestro Dios!” Y pude oír el número de los que habían sido marcados: eran ciento cuarenta y cuatro mil, procedentes de todas las tribus de Israel.
Vi luego una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos con una túnica blanca; llevaban palmas en las manos y exclamaban con voz poderosa: “La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero”.
Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, cayeron rostro en tierra delante del trono y adoraron a Dios, diciendo: “Amén. La alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fuerza, se le deben para siempre a nuestro Dios”.
Entonces uno de los ancianos me preguntó: “¿Quiénes son y de dónde han venido los que llevan la túnica blanca?” Yo le respondí: “Señor mío, tú eres quien lo sabe”. Entonces él me dijo: “Son los que han pasado por la gran persecución y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero”.
Salmo Responsorial
R. (cf 6) Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
Del Señor es la tierra y lo que ella tiene,
el orbe todo y los que en él habitan,
pues él lo edificó sobre los mares
el fue quien lo asentó sobre los ríos.
R. Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
¿Quién subirá hasta el monte del Señor?
¿Quién podrá estar en su recinto santo?
El de corazón limpio y manos puras
y que no jura en falso.
R. Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
Ese obtendrá la bendición de Dios,
y Dios, su salvador, le hará justicia.
Esta es la clase de hombres que te buscan
y vienen ante ti, Dios de Jacob.
R. Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor.
Segunda Lectura
Queridos hijos: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Si el mundo no nos reconoce, es porque tampoco lo ha reconocido a él.
Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tenga puesta en Dios esta esperanza, se purifica a sí mismo para ser tan puro como él.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Vengan a mí todos los que están fatigados
y agobiados por la carga,
y yo los aliviaré, dice el Señor.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así:
“Dichosos los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos los que lloran,
porque serán consolados.
Dichosos los sufridos,
porque heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
porque serán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque obtendrán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón,
porque verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque se les llamará hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.
Reflexión
Hermanas y hermanos
Hoy celebramos la Solemnidad de Todos los Santos. Con esta celebración la Iglesia proclama la santidad anónima, pero no por ello menos eximia, de tantos hombres y mujeres que forman el séquito de Cristo. Esa gran muchedumbre que (según el vidente del libro del Apocalipsis) nadie podía contar. Pertenecientes a todas las razas y tribus y pueblos y lenguas: apóstoles, mártires, vírgenes, confesores, doctores, pastores, santos varones, santas mujeres… Y aún podríamos añadir nombres de los diversos oficios y condiciones de vida, y la lista de santos y santas sería interminable.
Por ello, esta celebración es una ocasión propicia para traer a la memoria y pasar por el corazón, los nombres y la vida de tantos hermanos y hermanas, en los que hemos visto la santidad de Dios. La Plegaria Eucarística segunda nos recuerda: “Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad”. Ser santo es habernos dejado llenar de esa propiedad de Dios. Y para ser santos sólo tenemos que abrir nuestra vida y nuestro corazón a Dios. Ser habitados por Dios.
El Papa Francisco nos dice: “Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada sólo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos y santas viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”.
Esta fiesta es también una oportunidad para renovar nuestra esperanza frente al momento que vivimos. Una esperanza que es paciente pero no resignada. Una esperanza que nos renueva desde lo medular de nuestra fe en el Dios de la vida. Esa esperanza que vemos en la santidad cotidiana. Continúa diciendo el Papa Francisco: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces ‘la santidad de la puerta de al lado’, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, ‘la clase media de la santidad’”.
Para ser santo no hay que ser “raro” o hacer “cosas raras”. Hay que ser normales. Tampoco hay que hacer nada extraordinario. Basta con hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias. ¡Eso es nada! En el cielo (cuando vayamos) nos encontraremos con mucha gente sencilla que estará rodeada de un halo de santidad esplendoroso porque aquí, en la tierra, realizaron a la perfección sus deberes familiares, cívicos y religiosos sin llamar la atención: padres y madres, abuelos y abuelas, vecinos, colegas de profesión y cientos de miles de seres anónimos, a algunos de los cuales conocimos algún día o nos cruzamos con ellos en la calle, en el bus, en el mercado.
Para esta celebración, la liturgia nos propone el evangelio que hemos escuchado, conocido como “Las Bienaventuranzas”. El Papa Francisco nos ha exhortado a “Vivir el espíritu de las Bienaventuranzas, a la luz del Maestro”, como camino de santidad. En los números 67 al 94 de la Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate, va desglosando cada una de las Bienaventuranzas y las va aplicando a lo concreto de la vida. En cada una de ellas el Papa nos ofrece un breve resumen. Tal vez, hoy pueda ayudarnos hacer memoria de los mismos en forma de binomios:
“Ser pobre en el corazón, esto es santidad”, porque desde allí podemos, “aceptar cada día el camino del Evangelio, aunque nos traiga problemas.”
“Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad”, que nos lleva a “sembrar paz a nuestro alrededor.”
“Saber llorar con los demás, esto es santidad”, que nos permite, “mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor.”
En el corazón de su propuesta Jesús nos anima a “buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad”, para, “mirar y actuar con misericordia.”
Que la Fiesta de Todos los Santos nos permita hacer memoria agradecida y nos impulse a construir el Reino de Dios en las cosas pequeñas de cada día.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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