Lecturas del 30 de Octubre de 2021
Primera Lectura
Hermanos: Yo les pregunto: ¿Acaso Dios ha rechazado a su pueblo? De ninguna manera. Pues yo también soy israelita, descendiente de Abraham y de la tribu de Benjamín. Dios no ha rechazado a su pueblo, pues él mismo lo eligió.
Y vuelvo a preguntarles: ¿Acaso los judíos han tropezado para no volver a levantarse? De ninguna manera, puesto que su caída ha tenido como consecuencia que la salvación llegue a los paganos y esto provoque la emulación de los judíos. Ahora bien, si su caída ha sido riqueza para el mundo y su empobrecimiento ha sido riqueza para los paganos, ¿cuánto más lo será la plena aceptación de la fe por parte de todos los judíos?
No quiero que ignoren, hermanos, el designio de Dios que se oculta en todo esto, para que no anden presumiendo. La ceguera de una parte del pueblo de Israel, durará hasta que todos los paganos hayan aceptado la fe, y entonces todo el pueblo de Israel se salvará, conforme a lo que dice la Escritura: Vendrá de Sión el libertador, para alejar de Israel toda maldad y estableceré mi alianza con ellos, cuando haya borrado sus pecados.
De manera que, por lo que toca al Evangelio, los judíos son enemigos, para el bien de ustedes; pero, por lo que toca a la elección de Dios, son muy amados de él, en atención a los patriarcas, porque Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección.
Salmo Responsorial
R. El Señor jamás rechazará a su pueblo.
Señor, dichoso aquel a quien tú educas,
y enseñas a cumplir tus mandamientos;
cuando lleguen las horas de desgracia,
no perderá el sosiego.
R. El Señor jamás rechazará a su pueblo.
Jamás rechazará Dios a su pueblo
ni dejará a los suyos sin amparo.
Hará justicia al justo
y dará un porvenir al hombre honrado.
R. El Señor jamás rechazará a su pueblo.
Si el Señor no me hubiera ayudado,
ya estaría yo habitando en el silencio.
Cuando me hallaba al borde del sepulcro,
tu amor, Señor, me conservó la vida.
R. El Señor jamás rechazará a su pueblo.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Tomen mi yugo sobre ustedes, dice el Señor,
y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.
R. Aleluya.
Evangelio
Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola:
“Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’.
Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido’’.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
La sociedad en la que vivimos nos enseña a buscar siempre el triunfo, el éxito. A ser “el primero” en todo: en el deporte, en el estudio, en el lugar de trabajo. Y quien no lo logra es un fracasado; alguien que no sirve para nada. Vivimos en una sociedad competitiva, que nos enseña a hacer lo que sea con de ocupar el primer lugar. Qué diferente es este criterio y esta lógica a lo que Jesús pensaba, vivía y nos enseña en el evangelio de hoy.
Recordemos que Jesús se encuentra en casa de uno de los jefes de los fariseos. Ha sido invitado a comer. Y los fariseos estaban espiándolo, con la intención de tener algo de qué acusarlo. Pero Jesús no es ingenuo y también les observa, pero con otra intención. La observación, como todas las acciones internas y externas, es muy diferente según la motivación que la provoca, según los móviles internos, según lo que hay en el corazón del observador. Los fariseos, como nos dice el Evangelio en diversos pasajes, observan a Jesús para acusarlo. Y Jesús observa para ayudarlos a ser mejores, para servir, para hacer el bien.
De esta observación de Jesús nace la enseñanza de hoy, que aborda un tema fundamental de la vida en general, y de la vida cristiana en particular: la humildad. En efecto, Jesús parece centrarse en la humildad como culmina el relato. Pero Jesús no define ni describe esta virtud. Sirviéndose de una parábola dibuja con honda sencillez su perfil. Partamos del hecho de que, a cada uno, se nos valora y clasifica por lo que hacemos, por lo que parecemos, por lo que decimos y por la manera en que lo decimos. Jesús se fija en lo primero (la conducta externa) para ofrecer tres enseñanzas entrelazadas sobre la humildad.
La humildad de aceptar el propio lugar. La humildad va referida a la opinión que tenemos sobre nosotros mismos y sobre los demás. Es una facultad que nos permite reconocer cuál es nuestro verdadero lugar y situarnos en él. Es una forma de autoconocimiento (conocernos) que desemboca en la autoaceptación (amarnos). Observamos, no obstante, que hay algo en lo que cada persona supera a todas las demás. Por tanto, todos merecemos el primer puesto y, a la vez, nadie lo merece. Ese principio evita tanto la autoglorificación como el autodesprecio.
La humildad de ocupar el último puesto. Existe en todas las personas la tendencia a querer ser los únicos o, cuando no, los primeros. El primer puesto es un imán que nos seduce y nos arrastra a costa de lo que sea. Lo vemos todos los días en el mundo de la política, del deporte, de la economía, de la vida académica… y de la misma familia, o de la comunidad cristiana. La existencia de envidias y complejos lo muestran con claridad. Pues bien, Jesús nos enseña a afrontar esa tendencia y a ocupar “nuestro” lugar con dos máximas: Una es activa: ceder el primer lugar a otro, dejar que sea otro quien ocupe el primer lugar. La segunda es pasiva: dejar que otros nos indiquen nuestro verdadero lugar. Para ello hay que conjugar el verbo “bajar”. “Abajarnos” como lo hizo Jesús, que siendo de condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se abajó.
La humildad de ocupar el primer puesto. Los primeros puestos son muy apetecibles; pero también peligrosos. No debemos idealizar las cosas. Esos lugares llevan aparejadas muchas preocupaciones y embrollos. Por esa razón muchos se mantienen alejados de los primeros puestos. Tal actitud puede ser catalogada como prudente, pero no necesariamente como cristiana por el egoísmo que suele esconder. El amor a Dios y al prójimo deben llevarnos a sacrificar humildemente la propia tranquilidad cuando se nos requiere para un servicio abnegado y difícil. De hecho, muchos quieren mandar, pero son muy pocos los que con un corazón magnánimo se muestran disponibles para lavar humildemente los pies de los hermanos, como hizo Jesús. Hoy como siempre, los primeros puestos exigen una sobredosis de humildad.
Pidamos a Dios la gracia de nadar contracorriente en la sociedad de hoy; de entrar en la lógica de Jesús. Y, siguiendo su ejemplo, tener un corazón humilde y sencillo.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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