octubre 26, 2021 in Evangelios

Lecturas del día 26 de Octubre de 2021

Primera Lectura

Rom 8, 26-30

Hermanos: El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que conoce profundamente los corazones, sabe lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega conforme a la voluntad de Dios, por los que le pertenecen.

Ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios, de aquellos que han sido llamados por él según su designio salvador.

En efecto, a quienes conoce de antemano, los predestina para que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A quienes predestina, los llama; a quienes llama, los justifica; y a quienes justifica, los glorifica.

Salmo Responsorial

Salmo 12, 4-5. 6

R. (6a) Confío, Señor, en tu bondad.
Atiende y respóndeme, Señor, Dios mío;
Sigue dando luz a mis ojos
y líbrame del sueño de la muerte,
para que no digan mis adversarios que me han vencido
ni se alegren de mi derrota. R.
R. Confío, Señor, en tu bondad.
Pues yo confío en tu lealtad,
mi corazón se alegra con tu salvación
y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho. R.
R. Confío, Señor, en tu bondad.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr 2 Tes 2, 14

R. Aleluya, aleluya.
Dios nos ha llamado, por medio del Evangelio,
a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
R. Aleluya.

Evangelio

Lk 13, 22-30

En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”

Jesús le respondió: “Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes’. Entonces le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera. Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios.

Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

“¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo?”  Así comienza el evangelio de hoy y estas preguntas que Jesús hace deberíamos nosotros intentar responderlas.  No hace falta haber estudiado Teología para hacerlo, porque Jesús no está preguntando qué es el Reino de Dios, sino a qué se le parece. Son preguntas aparentemente complicadas, pero de fácil respuesta. El reino de Dios es algo sencillo, algo presente en la vida, en la naturaleza, en el propio ser humano. Nosotros somos Reino de Dios.

En la respuesta Jesús explica cómo “funciona” el Reino de Dios sirviéndose de dos breves parábolas. Su predicación es “kerigma”, es decir, anuncio de una llegada. No remite al futuro, sino que abre los ojos de sus oyentes para que reconozcan que lo que anuncia, se está haciendo presente. Y se vale aquí de dos comparaciones tomadas de la vida ordinaria: el grano de mostaza y la levadura. Su pedagogía se basa en la sencillez (las entiende cualquiera), la brevedad (no requieren explicaciones), la belleza (gustan por ser agudas) y la evocación (dan qué pensar y qué hacer).

El reino de Dios es una realidad que se desarrolla desde lo pequeño e insignificante; una realidad que crece. Ocurre lo mismo que con la semilla de mostaza.  Ésta, aun cuando aparezca con aspecto insignificante por ser la más pequeña de las semillas, e incluso despreciable, por dentro contiene una arrolladora vitalidad. Para desplegarla, tiene sin embargo que caer en tierra y allí sufrir un proceso de putrefacción y muerte. Sólo genera vida si muere. Lo que hoy es un minúsculo grano llegará a ser un día un árbol frondoso. Este árbol no es fuerte porque muchas aves aniden en sus ramas. Es fuerte si tiene raíces profundas y un tronco robusto capaz de canalizar el flujo de vida que le llega y, a la vez, resistir las circunstancias adversas.

El reino de Dios transforma desde dentro. Esta otra imagen de la levadura utilizada por Jesús no es menos sugerente. La levadura, a semejanza de la semilla, es un elemento vivo que se activa cuando se mezcla con la masa. La levadura es la fuerza interior capaz de transformar el mundo y de invertir sus valores. Contemplamos la misteriosa fuerza que posee la levadura. Su fuerza oculta y silenciosa es, a la vez, activa y contagiosa. Aunque no todo el pan se convierta en levadura, todo él tomará el sabor del fermento.

Ambas parábolas, a pesar de su brevedad, son sumamente provechosas y nos dejan una gran enseñanza para nuestra vida cristiana. Nos invitan a dejarnos impulsar por un doble dinamismo: uno interior, crecer desde la entrega (no desde la vanidad de la apariencia) y otro, exterior y dirigido hacia fuera: transformar el ambiente (irradiar e influir). No son opciones alternativas, desechable la una por la otra. Deben ser simultáneas y ambas ocurren en nuestra vida si nosotros dejamos que Dios actúe.

Si nosotros nos disponemos, el Reino de Dios crece en nuestra vida y en nuestra realidad.  Somos ese Reino que cobra vida en una semilla diminuta que nace, se desarrolla y da fruto; en esa insignificante porción de levadura que hace fermentar y crecer a toda una masa. Esa es nuestra misión: crecer en la sociedad, integrados en la sociedad, aparentemente desaparecer para seguir trabajando en lo oscuro, en lo que no se ve, para poder transformar a toda la sociedad en Reino de Dios.  En las cosas pequeñas de nuestra vida cotidiana; en la pequeñez de cada una y cada uno nosotros; en los acontecimientos pequeños de todos los días… Allí se hace presente el Reino de Dios.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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